Elecciones en Estados Unidos
El voto neura
La revista «Quartz» glosa un estudio que enfatiza el peligro de recetar ambientes tranquilos a los neuróticos. La neurastenia se agudiza cuando el cerebro debe lidiar con un paisaje sedado, digamos una postal de cielos garzos y montañas nevadas. A más estrés, más posibilidades de que la meditación zen agudice tu inquietud, por cuanto debes lidiar con un ambiente opuesto a las inclinaciones de tu psique. Me pregunto si esta teoría puede extrapolarse a la política. Sabemos que un sector considerable de los votantes republicanos prefiere la vorágine patrocinada por Donald Trump a cualquier solución manida. Igualmente, los partidarios de Bernie Sanders elegirán el fuego y la horca antes que apostar por Hillary Clinton. Cabreados como monos, unos y otros encuentran terapia en consumir las grageas de dinamita de quienes prometen apedrear Washington. Ahítos de resentimiento y convencidos de que el país les debe una, acuden a los mítines como «hooligans» en una novela de Nick Hornby. Es tal la ira de los «Trump boys», que celebrarían la posibilidad de que el partido del elefante deflagre como una supernova si la alternativa consiste en apoyar a un candidato consensuado. El enemigo, para ellos, está en casa. Son los políticos pactistas, los senadores con batín, los congresistas amables que amortiguan con palabrería y cascabeles la necesidad de instalar guillotinas eléctricas junto a los centros comerciales. Para los devotos de Sanders, Hillary Clinton epitomiza la putrefacción de unos demócratas que hacen manitas con Wall Street y aplazan la revolución en nombre de la prudencia. De imponerse la señora, es muy posible que se queden en casa. Incluso aplaudirían la victoria de Trump, por más que sus palabras llenen de fantasmas las noches de cualquier observador libre de paranoia. Todo esto para concluir que el enfado, que puede resultar higiénico, también es muy capaz de conducirnos al otro lado, al rincón oscuro, maléfico y desquiciado que aplica la lógica bélica del cuanto peor mejor en un paisaje de cenizas y ruinas. La ira opera como salvoconducto al infierno de un electorado electrizado que aborrece el statu quo. En su huida hacia delante, arramplaría con todo y primeramente con sus propias convicciones. Sirva como ejemplo la composición del Tribunal Supremo, en virtual empate hasta las elecciones. El nuevo presidente elegirá entre uno y tres magistrados. Su ideología definirá el rumbo del país durante las próximas décadas. ¿Acaso no merece la pena aguar el queroseno a cambio de influir en su composición? A ojos de un observador mesurado, no habría duda. Pero para quienes andan necesitados de una camisa de fuerza, babean ácido y ladran a la luna cualquier parecido con la vieja política les provoca eccema. Mejor jugarse el cuero en un órdago infantil que arrample con las tradiciones a negociar con la realidad y aspirar a obtener triunfos parciales. Meditar cual Buda cuando andas grillado podría enviarte al loquero. Solicitar paciencia o visión a largo plazo a los millones de encrespados excita aún más sus demonios. Quieren marcha y marcha tendremos.
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