Alfonso Ussía
El Windsor traidor
Hoy toca libro. Su autor, Andrew Morton. Su protagonista, el duque de Windsor. Leída la reseña de Cecilia García en LA RAZÓN, me apresuré a hacerme con un ejemplar. Fácil de leer para confirmar la despreciable personalidad de quien fuera el Rey Eduardo VIII de Inglaterra. Le oí a Don Juan que Windsor era un «blando, petimetre y traidor». Churchill fue más duro que Don Juan. «Nuestra desdicha», decía al referirse a él. Esa distancia insalvable entre el duque y su Reino no proviene de su frívola abdicación para casarse con una norteamericana divorciada y fea. Viene de la traición programada contra su país y su hermano, el Rey Jorge VI, que fue efímero pero grande. Durante un tiempo, como si hubiera contratado a Arriola de arúspice y jefe de gabinete, quiso dar la imagen del Rey que abdica al trono por el amor de una mujer impedida para ser Reina. Insisto en la fealdad de la señora Simpson, que además, según ha demostrado la pequeña Historia de su vida, era un saco de veneno debajo de un sombrero. Por una mujer así no se pierde un hombre, y menos aún, un Rey. Si Eduardo VIII hubiera planteado al Parlamento un proyecto de matrimonio con Ingrid Bergman, tampoco habría obtenido el permiso. Pero sí el aplauso. «Bueno, ahí os quedáis que me largo con Ingrid». No es frase que enorgullezca a su sentido de la responsabilidad histórica, pero alberga, al menos, un motivo, una excusa para alcanzar otro tipo de grandeza.
Su hermano el Rey Jorge VI, y su sobrina, la sempiterna y magnífica Isabel II, no perdonaron al ex Rey Eduardo VIII su declarada simpatía por Hitler y el nazismo. El duque de Windsor llegó a pactar con Hitler un plan para derrocar a su hermano Jorge VI, Rey por la debilidad del duque, Rey a trasmano, tímido, tartamudo y hondo patriota. Windsor, que era un señorito malcriado y peor educado, no renunció a la Corona por amor, sino por miedo. Arrepentido de su temblor, intentó recuperar la Corona con la ayuda del todopoderoso Hitler, a quien consideraba «un gran hombre». De su hermano llegó a decir en público que era «tremendamente estúpido». Jorge VI ocupaba todas las mañanas en visitar las casas destruidas de Londres por las bombas volantes de Hitler y ayudar a los damnificados, mientras Windsor, alejado del riesgo, compartía las riquezas que no se había ganado con la falaz norteamericana que no perdonaba a Inglaterra la oposición a su persona.
Los duques de Windsor, decenios más tarde, se convirtieron en una pareja de asalariados del mundo de la moda y la prensa sentimental, que ya existía en Francia y en Italia, principalmente. Vivían en Cannes, y el duque se consolidó como el prototipo de la elegancia masculina. Era flojo de muelles, de ahí que prefiriera para huir de su destino a Wallis Simpson que a Ingrid Bergman, a la que ni siquiera se le insinuó. La prensa amante y amadora lamentaba la crueldad de la Reina Isabel con su tío, sin entrar en detalles fundamentales. El tío Edward, además de incumplir con su país, no consideró importante admirar a quien hizo todo por destruirlo. La derrota del Eje convirtió el ex Rey Eduardo VIII de Inglaterra en un modelo dedicado a sus trapos. Intentó afincarse de nuevo en Londres y Churchill fue contundente: «Señor, le recomiendo Portugal». Churchill, así como su hermano el Rey Jorge VI, sabían que en 1940 los nazis le ofrecieron, además de una fabulosa cantidad de dinero, un palacio en Ronda. Hitler no cumplió con su oferta, pero los Windsor la aguardaron con esperanza hasta la derrota final de Alemania.
El duque blando y traidor. El que lo dio todo por Simpson. Y no precisamente por Hommer, que hubiera resultado mucho mejor y más divertido.
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