Rosetta Forner

En busca del futuro perdido

En busca del futuro perdido
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Desde los albores de la Humanidad ha habido personas curiosas que no se conformaban con los contornos conocidos de sus bosques, costas o praderas ansiando ampliar horizontes y descubrir «tierras lejanas». Lo que nos diferencia de otras épocas es que ahora vivimos en una comunidad global virtual. Como si el hambre hubiese dejado de existir, o las otrora persecuciones religiosas ya no se diesen aunque sea en forma de «escasez de futuro». Nacer en un lugar no significa poder crecer en el mismo, desarrollar los talentos o que los méritos sean reconocidos. Y si no hay nada de eso, que al menos pueda vivirse en paz mientras se teje una vida que merezca la pena. España ha sido tierra de conquistadores. Pero la gloria de antaño dejó paso a épocas cuya dureza empujó a muchos a partir en busca de un destino. Ni para propios ni para extraños somos ya la «tierra prometida» que dibujó Zapatero. Cierto es que no somos el peor país del mundo. Llevamos en la sangre una combinación excelente de diversas culturas. Es lo que tiene mirar al Mediterráneo. Muchas personas no quieren irse a otro país a buscarse la vida. Quieren poder elegir dónde y cómo generarse un trabajo con futuro. Un país que puede abrirse a recibir gente sin que los de dentro pierdan sus derechos ni sus privilegios es ciertamente un país ideal al que deberíamos aspirar. Si bien, no se construye de la noche a la mañana. Hemos cambiado a peor. Las estadísticas no saben de emociones, y la realidad cotidiana que se esconde detrás la ignoran. La cuestión no es «irse o quedarse», sino qué tenemos que hacer para que los que quieran venir hallen un sitio sin menoscabo para los que están. Vivir sin tener el pasaporte listo por si hay que emigrar en busca del «pan» y de «futuro» es vivir en libertad para elegir cómo vivir nuestro futuro.