César Vidal
En el Tíbet (II)
No seré yo quien niegue que China es una dictadura. Pero, precisamente porque conozco China y he viajado a lo largo y a lo ancho del Tíbet, puedo afirmar que no hay nada que se parezca a un genocidio tibetano en la actualidad. Quien haya visitado Lhasa, la capital del Tíbet, sabe que se puede visitar el Potala –palacio de los Dalais Lamas, equivalente al Vaticano para los católicos– o la última residencia del actual Dalai Lama antes de que la CIA lo sacara de la región y que contemplará a no poca gente entregando donativos a los lamas, arrodillándose ante el trono del teócrata en el exilio y dando muestras de una devoción abierta y extraordinaria hacia su memoria. Igualmente habrá visto a los peregrinos que llenan las calles y que realizan genuflexiones a la vez que repiten salmodias. No se le habrá escapado la visión de los millares de personas que pasan por su lado entonando rezos con la ayuda de un rosario o de una rueda de plegarias. Igualmente habrá tenido ocasión de los enormes rollos de metal con plegarias que los transeúntes hacen girar mientras atraviesan las vías de comunicación. Incluso es más que posible que haya llegado a ver retratos del Dalai Lama en restaurantes o establecimientos sin que la policía china –no especialmente caracterizada por su blandura – adopte ninguna medida represiva. La lucha iniciada en el Tíbet en los años cincuenta en la convicción de que China ayudaría a la URSS en un enfrentamiento con Estados Unidos fue terrible y despiadada por ambas partes, pero no se tradujo en un genocidio como tanto pregonan ciertas instancias occidentales. A decir verdad, resultaría bien difícil encontrar en toda China una región donde los fieles de cualquier religión puedan practicarla de manera tan ostentosa, abierta e incluso provocativa apelando hasta a un enemigo declarado del gobierno. No dejan de ser circunstancias curiosas para darse en un lugar donde, presuntamente, se padece un genocidio desde hace más de medio siglo. La realidad, guste a quien guste e irrite a quien irrite, es que Tíbet disfruta de bastante más libertad dentro del marco del régimen chino que ninguna otra región y que esa libertad resulta especialmente imposible de negar en el terreno de la religión. No es en lo único en lo que la presencia china en el territorio del Tíbet ha tenido consecuencias bien distantes de la propaganda. Pero de los beneficios derivados del regreso del Tíbet a China hablaré en otra ocasión.
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