Alfonso Merlos
En tierra de nadie
Felizmente pero en un limbo. En un borde jurídicamente difuso, procesalmente delgadísimo, pero en la mejor situación de las posibles. Ésa es la verdad. Del «caso Carromero» hay que decir unas cuantas cosas. Primero y más importante, que no debe ponerse al volante en un buen tiempo. Segundo, que ignoramos si es inocente o culpable y de qué. Tercero, que desconocemos si cometió un error fatídico o perpetró un delito impepinablemente punible. Cuarto, que hasta la fecha ha sido un imputado y luego un preso indefenso, a cuyos abogados la dictadura castrista ha prohibido acceder a todos los recursos que deben estar al justo alcance de un letrado. Quinto, y no menos relevante, que tiene la comprensión y el perdón de la familia Payá. Dicho lo cual, lo que importa ahora es el presente y el futuro. Y la Justicia de verdad, con garantías. Un joven equivocado como Ángel Carromero, hoy entre barrotes, no es más peligroso que un matarife sin arrepentir como Bolinaga, que campa por sus respetos de tasca en tasca con sus amigotes, o sea, rodeado de una pandilla de despojos. Tan aberrante es legalmente esta segunda situación como podría serlo en breve la primera, en caso de mantenerse. Este distraído militante del PP puede y debe disfrutar con urgencia de beneficios penitenciarios si en efecto su integración familiar, social y laboral está enteramente garantizada. Porque no será más difícil controlarle de lo que resulta mantener una estrecha vigilancia a esas alimañas que apalean a sus mujeres y a los que ridículamente se les pone una pulserita hasta que vuelven a por ellas, las amenazan y hasta las asesinan. Y aún así, no veamos en este alevín de político una heroicidad inexistente. Entre la impunidad y el miserable yugo de una dictadura hay un camino intermedio. Se llama imperio de la Ley. Contémplese.
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