José Antonio Álvarez Gundín
Enemistados con el pasado
Una nación que rinde tributo a quien le gobernó con lealtad, más allá de sus errores, siempre será una gran nación, del mismo modo que un país que chapotea en el rencor jamás será un gran país. Mirar hacia atrás con generosidad y enaltecer la memoria de los mejores es el alimento de una sociedad fuerte y orgullosa de sí misma. Estados Unidos y Gran Bretaña pertenecen a ese tipo de naciones que reescriben con indulgencia las biografías de sus gobernantes y relegan a pie de página las miserias de la letra pequeña. El funeral de Estado por Margaret Thatcher, al que asistieron en primera fila ministros socialistas como Blair y Brown y otros enconados adversarios que la Dama de Hierro cultivó en vida con mucho esmero, fue ante todo un homenaje a la Política y a los políticos que dan lo mejor de sí mismos en beneficio de los ciudadanos. Aunque yerren.
Thatcher se equivocó varias veces, en algunas con notable acierto, pero lo que ha prevalecido de su gobierno, lo que emerge sobre la bruma de la memoria colectiva es la dignidad de una primera ministra que antepuso el servicio a la nación a todo lo demás. En EE UU, cuando un presidente deja el cargo, se honra su legado con una biblioteca, cuyas paredes se convierten en los custodios de su memoria. La ceremonia de inauguración, a la que acuden el presidente en ejercicio y sus antecesores vivos, es una apasionada reivindicación del servidor público y una fiesta de la democracia donde a la entrada se depositan las armas de la discordia. Este jueves, George W. Bush inauguró su biblioteca y allí estuvieron Obama, Clinton, Carter y Bush padre. Entre todos dictaron una soberbia lección de lealtad democrática y de nobleza política, por más que en el pasado se cruzaran ferocidades. «Conocerle es quererle, porque es un buen hombre», dijo Obama de Bush. ¿Alguien se imagina algo así en España? ¿Qué escándalo no provocaría un elogio parecido de Zapatero a Aznar, de éste a González o de Rajoy a Zapatero? No es cierto que los ex presidentes españoles sean inútiles jarrones chinos, sino personajes escarnecidos que arrastran sus años de gobierno como si fueran antecedentes penales. La sociedad española parece enemistada permanentemente con su pasado y le falta cierta grandeza para enaltecer a quienes la han servido con honradez. Pero la clase política también carece de la calidad espiritual necesaria para trascender rencores y no envenenar la memoria de todos. Será difícil que los políticos recuperen el prestigio perdido mientras un presidente no diga de su antecesor: «Es un buen hombre que luchó por su patria».
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