Alfonso Ussía
Entre el sesgo y el dolor
Me ha sorprendido el masaje hagiográfico que una brillante y veterana periodista de La Razón ha dedicado a Margarita Robles. «Entre lealtad y valentía». Lealtad a quién y valentía ante quién. Esa es la cuestión. Que les cuenten a las víctimas del terrorismo la lealtad de Margarita Robles durante su paso por la secretaría de Estado de Interior en tiempos de Belloch. Y que le pregunten al propio Belloch acerca de ello. Y la valentía es otra cosa. ¿Valentía? Margarita Robles «afronta el cargo con su figura menuda, voz de felina sabia, paso firme y tranquilidad de un patrimonio decente e inapelable. No pasará desapercibida». Exceptuando el penúltimo mimo, el del patrimonio decente e inapelable, disiento del resto de las caricias. Es de esperar que el patrimonio decente e inapelable sea el económico, porque otros patrimonios de Margarita Robles se pueden apelar con argumentos contundentes. Fue una juez –no jueza–, sectaria, siempre calculadora, afin al socialismo e inteligentemente separada de la militancia. Con las víctimas del terrorismo se comportó como una bisbiseante funcionaria, siempre correcta, y alejada de su dolor. Ha sido profundamente leal a Margarita Robles, lo cual carece de mérito si ella es Margarita Robles. «He sido leal conmigo mismo», pronunció el conde de Rampouillet momentos antes de ser ajusticiado por un delito de deslealtad a Francia. Queda bien la lealtad a la propia persona, pero produce más risa que respeto.
Margarita Robles es la Zaida Cantera de Pedro Sánchez en la judicatura. Un retorno al error de la era Belloch. Aglutinadora de extrañas amistades y estratega de nombramientos en el Consejo General del Poder Judicial de personas afines, no a la Justicia, sino al PSOE. Magnífica estratega, por otra parte. Con su voz de felina sabia, con su lengua silbante, terminó con el honor de un hombre tan decente y sabio como apocado, don Carlos Divar, presidente del Tribunal Supremo. Es la Soraya de la Judicatura, es decir, autora de la definición de la Judicatura más extravagante y perversa: La Judicatura soy yo. Coincidí un día en Zaragoza con el alcalde Belloch, el que fuera ministro de Felipe González, y responsable de designar a Margarita Robles como secretaria de Estado de Interior. Esas cosas. Belloch es un hombre amable, culto y tolerante. -Te han salido muchas canas desde que eres alcalde de Zaragoza-; - no, las traía puestas. La mitad de las canas se las debo a Roldán, y la otra mitad, a Margarita Robles-.
Como socialista activa y activista, Margarita Robles tendría que haber ingresado en el PSOE. Pero no ha sido valiente. Se ha mantenido, dentro del partido, en los suburbios del partido. Todo menos involucrarse en un traspié partidista. Y sin ser del PSOE, aún siéndolo, se ha convertido en la portavoz del PSOE en el Congreso de los Diputados, lo cual da a entender la capacidad embriagadora que lleva en sus mochilas. Como era de esperar, nadie del PSOE ha protestado, por temor a la cueva y el rechinar de dientes, o pavor al carácter autoritario y leninista de la señora portavoz.
Me parece muy bien que Pedro Sánchez la haya nombrado portavoz del PSOE en el Congreso. Me parece muy bien, por cuanto Margarita Robles es una mujer inteligente y preparada, además de sectaria y un mucho viperina. Me parece bien porque domina y cuida el cariño de los medios de comunicación. Me parece bien porque sabe distinguir entre la vaca del prado y la baca de las maletas, al contrario que la señorita Lastra. Se trata de un nombramiento meditado y probablemente acertado. Pero no hay libertad ni valentía en su pasado. Hay sectarismo, ambición y egoísmo. Y «no pasará desapercibida». Ahí acierta mi querida compañera. Por supuesto que no. Pasará apercibidísima. Y para mal.
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