Ángela Vallvey
Epifanía
La noche de Reyes es la noche de los deseos, que viajan en el tiempo hasta alcanzar los poderosos oídos de los Reyes Magos...
¿Se necesita algo de energía mágica para hacer cumplir los deseos, o basta con la prudencia necesaria para encontrar el camino...?
Los deseos son la fuente de muchas vidas. El combustible que sostiene los pasos que el ser humano da sobre la Tierra durante el tiempo que le ha sido concedido andar sobre ella. Con deseos incluso levantamos los muros de un presidio donde languidecer, como insinuaba Wenceslao Fernández Flórez. El deseo puede consumir, agotar, enfebrecer, matar incluso. Son los deseos quienes clavan sus espuelas en nuestro ánimo y nos hacen correr detrás del interés espurio. El deseo maquilla la realidad, puede transformarlo todo, travestir incluso el tiempo climatológico. Si deseamos calor, saldremos a la calle en manga corta, aunque caigan chuzos de hielo. Porque el deseo niega la verdad. Para quien desea, no hay más verdad que la que desea ver. La noche se hace día por el deseo, el amor desleal parece sincero para quien desea por encima de todas las cosas. El deseo ardiente equivale a una venda en los ojos, a unas gafas de graduación estupefaciente. Es la pantalla táctil a través de la cual interpretamos y ordenamos un mundo que en el fondo no existe. A causa del deseo, nos caemos y ahogamos en el pozo de nuestros deseos.
Existe una corriente de «pensamiento mágico» que promete que basta desear con fuerza para conseguir algo. Una idea muy de nuestro tiempo que concede superioridad al simple deseo por encima del esfuerzo y el trabajo. El mensaje es: «no hace falta que lo merezcas, no necesitas luchar y afanarte para obtener cualquier cosa, basta con que cierres los ojos con fervor y lo desees». Muchas personas creen a pie juntillas que esto es cierto, y se limitan a esperar sentadas en casa a que sus deseos se hagan realidad. Inactivas, pasivas, frustradas, alimentando ilusiones yertas con las cenizas de un fracaso vital. Ideas así tienen mucho éxito porque igualan a todo el mundo, independientemente de sus méritos. Para desear no es preciso ser especial, ni poseer o cultivar ningún talento. Basta con cerrar los ojos con fuerza...
Aunque no siempre este truco funciona, no siempre se produce esa fantástica epifanía personal. Menos mal que, entonces –por fortuna, pero sobre todo por tradición– podemos acudir a los Reyes Magos...
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