Martín Prieto

España en almoneda

Abraham Lincoln, del Partido Republicano, intentó evitar la Guerra de Secesión hasta el extremo de guardar en una gaveta su promesa electoral de liberar a los esclavos. Por la paz hubiera sacrificado a la negrada, pero los estados sureños no se avinieron a diálogos y negociaciones cañoneando Fort Sumter el l2 de abril de 1.86, iniciando el conflicto. La Confederación no se hubiera contentado con mantener en sus feudos la esclavitud; querían la secesión. Sólo tras la batalla de Gettysburg, ya avanzada la guerra sin posibilidad de armisticio, Lincoln proclamó el acta de manumisión. Los sentimentales y románticos decididos a crear un Estado de nueva planta son especímenes encerrados con un solo juguete, como esos adultos obsesivos dados a la construcción de un gigantesco diorama o de una tremenda maqueta ferroviaria en el salón grande de la casa. El independentismo es una pasión y no tiene razonamiento ni cura. Algunos medios y analistas han alcanzado el punto de ebullición por mor del esperpento catalán del domingo, con la morisma y los menores de edad incluidos, para que dos tercios de los convocados se quedaran en casa. Artur Mas aseguró que no haría dos cosas: una ilegalidad y el ridículo. En una sola jornada ha hecho las dos. El Gobierno no ha actuado con pasividad ni lentitud en un asunto que viene de siglos y durará años. Lo que pasa es que a bastantes conciudadanos les encantan los puñetazos en la mesa, que por lo común acaban con el cúbito y radio fracturados y el mueble incólume. La independencia catalana no será, entre muchas cosas, porque supondría la desaparición de España, una de las más viejas naciones del Continente. La independencia vasca resultaría inevitable, Navarra sufriría desgarros sociales guerracivilístas, y con el macizo de Castilla habría que recomponer algo que llamaríamos Iberia (por lo tribal) o Hispania en recuerdo de la romanización perdida. No sería útil reformar la Constitución del 78: habría que convocar Cortes constituyentes y plantear la forma del Estado que quedara. Una república catalana destruye España.