Pilar Ferrer
Estado de deshecho
Temible. Esta frase del secretario general de Instituciones Penitenciarias, Ángel Yuste, define muy bien la situación. Violadores, asesinos en serie con una personalidad sádica, psicopática, que salen en libertad merced a la liquidación de la «doctrina Parot», sin un atisbo de arrepentimiento, con grandes posibilidades de reincidir en sus delitos. Nombres como los de los asesinos de Anabel Segura, aquella adolescente rubia cuya mirada traspasó los sentimientos de la sociedad, los de los asesinos de las niñas de Alcácer, el de «violador del ascensor», o el del «loco del chándal» estremecen ahora con su excarcelación. Expertos en política carcelaria y psiquiatras coinciden en el alto riesgo de que vuelvan a matar con absoluta frialdad.
La falta de terapia en prisión, sin nunca creerse culpables, y su total empatía hacia sus víctimas, son características de estos criminales. ¿Qué mueve a esos magistrados de la Audiencia Nacional a tener tanta prisa por dejarlos libres? ¿Qué ha de pensar la ciudadanía cuando vuelva a ver esas miradas terribles, hambrientas de odio y sangre? Y sobre todo, ¿quién resarce de su dolor a familiares de los inocentes? Se alegarán muchos argumentos jurídicos y el Estado de Derecho, pero ante una alarma social podemos trastocar el sistema y acabar en un Estado de deshecho. Es decir, roto en trizas de principios, ética, moral, dignidad y valores humanos por los que tanto claman, a veces, quienes muy poco los respetan.
Sostienen algunos juristas que la mejor forma de prevenir un delito no pasa por una pena ejemplar, sino por una pena justa. Pero entre ejemplaridad y justicia subyacen matices que pueden abocar en la injusticia. ¿Acaso vale invocar el Código Penal como justificación si estos asesinos vuelven a atacar? Una sociedad madura exige también la prevención del delito, la seguridad. Y demanda del poder político una vigilancia estricta, tal como ha dicho la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría. De lo contrario, los pilares del Derecho acabarán quebrados, ante una sociedad atónita. Y, desde luego, indefensa.
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