Julián Cabrera

Estiércol por aspersión

Con no poca amargura me confesaba ayer un destacado miembro del partido del Gobierno que la mayor frustración para un político honrado es comprobar cómo el «shock» ciudadano ante los casos de corrupción acaba laminando el mérito de una gestión. Justificada frustración, la semana pasada las novedades en el caso del clan Pujol o el goteo de informaciones apuntando a nombres en otro tiempo vacas sagradas del PP, se llevaban por delante el excelente dato de una EPA que venía a confirmar el cambio de tendencia en la destrucción de empleo.

La percepción ciudadana frente a sus representante políticos, con independencia de a qué partido pertenezcan, no es la misma que hace dos, cuatro o veinte años nos pongamos de frente o de perfil, por eso y aunque sean loables las propuestas de medidas de regeneración y transparencia, hoy con algunos aspersores regando el patio de estiércol, lo que toca sobre todo es convencer a una ciudadanía machacada por la crisis de que la corrupción no es generalizada.

Hay mucho por revisar, ya no encaja lo de anteriores comicios en los que una mayoría de ediles imputados eran «absueltos» por las urnas y repetían en el cargo, como no encaja una situación –en este periódico lo denunciaba Carlos Lesmes, presidente del CGPJ– en la que el poder judicial no sea capaz de ventilar lo que acaba en eternas macrocausas.

Hoy la situación es sencillamente otra, toca ponerse las botas de pocero y limpiar las alcantarillas o argumentos como librarnos del rescate, poner firme a la prima de riesgo o frenar el desempleo no serán suficientes frente a los efectos de una ola inquietante sobre la que cabalga un «surfista de Hamelin». Atentos a el CIS del próximo lunes y tengan a mano un desfibrilador.