Luis Alejandre

Europa en sus raíces

Cuando tantas veces dudamos de la existencia de un alma europea, un emocionante y significativo acto nos lleva a reflexionar sobre lo que significó y significa Europa para muchos de nosotros.

La crónica es muy sencilla. La nieta del capitán de un mercante alemán –el «Mathilde»– internado en el neutral puerto de Mahón durante toda la Primera Guerra Mundial (1914-1918) ha querido agradecer la hospitalidad de los habitantes de la capital menorquina donando a su arciprestal iglesia de Santa María, ocho campanas que conforman una completa octava musical, fundidas en un monasterio benedictino ubicado desde el año 1093 en la ribera sur del lago Laacher en el actual «lander» de Renania Palatinado. Es decir, que transcurridos casi cien años, la señora Hembrodt, acompañada y apoyada por su marido, el profesor de la Universidad de Colonia Irwin Scollar, ha devuelto afectos y lealtades esculpidas en bronce y fundidas en forma de campanas gracias al trabajo del P. Michael Reuter en Santa María Laach. No cabe mejor mensaje en tan pocas palabras.

Hablamos de un 31 de julio de 1914, de las frenéticas horas que precedieron el comienzo de la Gran Guerra, cuando entraba en el puerto de Mahón el «Mathilde» con cargamento de madera. Cuatro días después, la mayor parte de sus tripulantes debían embarcar rumbo a Barcelona movilizados por su país tras la declaración del estado de guerra. Por la misma razón también embarcaba el mismo día rumbo a la Ciudad Condal el súbdito francés Mr. Rault, director del Banco de Menorca. ¡Poco imaginaban aquellos jóvenes que les aguardaban cuatro años de guerra ! El capitán Hembrodt , recién casado, no dejó su barco, siguiendo una ancestral costumbre que bien conocen las gentes de la mar. Le acompañaron sus dos maquinistas y el fogonero –Peter Siemens–, un hombre muy popular en Mahón que se quedó para siempre entre nosotros.

La Gran Guerra, que comenzó con oleadas de entusiasmos nacionalistas, terminó con el sacrificio de diez millones de vidas y ocasionó el hundimiento del predominio económico de Europa en el mundo. No se habían borrado las huellas de la Guerra de 1870. Francia quería recuperar Alsacia y Lorena –sus minas de hierro y carbón–; Rusia quería una salida al Mediterráneo; las ideas imperialistas alemanas chocaban con el extendido imperio británico. Analizadas hoy las rivalidades económicas e industriales y la lucha por los mercados, en el fondo se pujaba por la hegemonía en Europa. Y todos –todos– la perdieron. Tras el estallido de Sarajevo, que también hubiera podido prender en Trieste o en Estrasburgo, comenzó la guerra en una Europa de doce naciones y que terminó con veinticuatro. El final de la Segunda Guerra duplicaría trágicamente este número. Es decir, que el germen de la escisión, y en consecuencia, de la decadencia, se había adueñado del Viejo Continente. También hubo quien en nombre de unos principios liberales –es interesante leer hoy los 14 Puntos de Wilson, un idealista sin los pies en el suelo– estimuló esta división. El río revuelto y sus ganancias. ¿Quién tomó el relevo de la hegemonía de Europa? Ésta quedó como remanente campo de experimentación y luchas, políticas, sociales y culturales y muy poco tiempo después mostraría su incapacidad para dominar y encauzar los grandes retos del futuro que tenía delante , sembrando las semillas de odio y revancha que la llevarían a la Segunda Guerra Mundial en 1939, veinte años después de la firma de los Tratados de Versalles.

España, junto a Noruega, Suecia, Holanda, Suiza y Albania, se mantuvo neutral. Nunca pagaremos los españoles el que los gobiernos de Alfonso XIII nos mantuviesen alejados del conflicto, como volvió a suceder en la Segunda Guerra con los gobiernos del general Franco. En nuestro pesimismo histórico pocas veces reconocemos como extremadamente positivo, el no haber participado en las dos contiendas más crueles de la Historia.

¿Cómo vivía esto el capitán Hermbrodt? ¿Qué sabía de su joven esposa, que no pudo reencontrar hasta cinco años después? ¿Qué noticias tenía de sus hombres? Daba gracias a Dios por estar en puerto amigo. Sólo en el Mediterráneo y en el Mar Negro se hundieron 1.469 mercantes en la contienda. Él se había librado. Pero la firma del Armisticio en el vagón de Compiegne el 11 de noviembre de 1918 destrozó el alma de un marino que había permanecido fiel a su barco y a su armador. El «Mathilde» debía ser entregado a Francia en concepto de indemnización de guerra. Perdido su barco, sólo le quedó el agradecimiento a un pueblo, que transmitió a su familia.

Santa María de Mahón, una iglesia que data del siglo XIV y que se reconstruyó a mitad del XVIII durante la primera dominación británica de la isla, ha quedado unida a María Laach, monasterio benedictino del siglo XI, a consecuencia de una guerra. ¡Puras e indestructibles raíces europeas!