Restringido

Evocación de Navidad

La Razón
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Las personas conservadoras suelen vivir este tiempo de Pascua con un cierto desasosiego. El mundo ya no es como ayer, piensan, y añoran el pasado como si fuera mejor que el presente. No comparto esa visión y cuando evoco la Navidad de mi adolescencia encuentro sobre todo similitudes con lo que ahora vivimos. Recuerdo que, entonces, todo empezaba con una excursión al bosque que tenía mi familia en Berrosteguieta, cerca de Vitoria, acompañando a mi tío José, que, como era experto en asuntos agrarios, sabía seleccionar bien los abetos que, por haber brotado en lugares inadecuados, podían cortarse para servir de soporte a los adornos navideños. Es verdad que ahora usamos unos árboles de plástico, de apariencia impecable, y de esa manera logramos un reciclaje perfecto; pero hoy como ayer nos guía el mismo espíritu ecológico.

La preparación seguía con el montaje de la parafernalia simbólica del momento: el árbol, claro, y el nacimiento con sus figuras, su río y, en lugar preferente, el belén. Yo sigo instalándolo todos los años, aunque ahora en un sitio más pequeño, y de vez en cuando le meto algún elemento nuevo, como el caganer catalán, que, en aquella época, no se estilaba por el País Vasco. Y estaba también el menú. En mi casa, había y hay variación en los platos, sin repetir siempre los mismos, aunque no el postre, pues a los turrones siempre ha acompañado una compota de manzanas, peras, orejones y otros frutos secos que mi madre aportó al elenco familiar y que ahora cocino yo todos los años una sola vez, precisamente, para celebrar la Nochebuena.

La Navidad trae siempre regalos, unos más bien recoletos tras la compota, y otros de mayor enjundia por Reyes. Que no falte nunca contemplar, en la noche en que llegan los Magos de Oriente, el montón de paquetes que se agrupa junto al zapato de cada miembro de la familia e imaginar así su ilusión renovada y celebrada, luego, en torno al chocolate y el roscón.

Cuando evoco la Navidad nunca me invade la nostalgia ni me entristece el recuerdo de los que, en mi casa, hemos dejado en el camino. Los veo más bien con su sonrisa, como si ahora siguieran disfrutando de nuestras tradiciones, que son las de los demás españoles. A esta fiesta se han incorporado cosas nuevas, enriqueciendo lo que hemos heredado y no arrinconándolo, como piensan los agoreros. Si hay algo verdaderamente conservador e innovador en España es, precisamente, este tiempo de Adviento que tal vez haya perdido para muchos su sentido religioso, pero que en nada desmerece su espíritu familiar y de concordia. Por eso no comprendo a los comunistas de ahora y a los oficiantes del izquierdismo que quieren difuminarlo en un mero acontecimiento de almanaque. Si Carrillo levantara la cabeza, viéndolos, recordaría aquel día en el que tuvo que pararle los pies a Stalin diciéndole: «Camarada secretario general, contra Dios di lo que quieras, pero a la Virgen Santísima, en mi presencia, ni tocarla».