Enrique López
Excelencia contra la crisis
Hace una semana enfatizaba sobre la necesidad de plantearnos como país un plan común, una unidad de destino en palabras de Ortega, algo de lo que estamos huérfanos. Pero a ello en España tenemos que añadir un problema que no me atrevo a calificar de secular, puesto que un país que fue imperio no se merece este calificativo, pero que hoy en día anida por doquier. España es una país en el que se prima muy poco la excelencia, y por contra, se ha apostado por la mediocridad, por la uniformidad y sobre todo por la falta de estímulos a la excelencia, apostándose por la subvención, la ayuda pública, limitando al máximo la creatividad y el esfuerzo personal. España se ha convertido en un país cuyo sistema educativo, hasta la esperada reforma, ha apostado por la ramplonería y la medianería. Este sistema impuesto en España durante décadas, es paradójico, cuenta con excelentes profesionales, con ingentes recursos, y por contra cosecha permanentes decepciones, tanto como sistema, como lo que es más triste, a nivel personal. Hace que muchos alumnos olviden que son seres capaces de forjar grandes proyectos y de afrontar desafíos, y desde este olvido se deslizan por una pendiente de mediocridad para acabar en el foso del desaliento. En España no hay mediocres, pero hay muchos que actúan mediocremente. Si estamos convencidos de que siendo mediocres subsistiremos ¿para qué esforzarnos? Desde esta mediocridad delegamos nuestra responsabilidad en los demás. Esperamos que sean los demás los que hagan lo que se tiene que hacer. Pero a este pecado capital, la apuesta por la mediocridad, se le une otro no menos capital, la envidia; envidia que hace que no valoremos el talento, la excelencia, y al revés, lo enfanguemos, tratando de anularlo. España es un país que ha colocado números uno en casi todo, en la cultura, en el deporte, en la empresa internacional, en definitiva, hay un Español en casi todos los ámbitos en la cúspide. Pero en España los denostamos, los criticamos hasta la exasperación. España es un país que no reconoce a Julio Iglesias como un cantante universal, o a Sara Montiel como una actriz de culto. Esto, en un momento en el que tenemos que apostar por un liderazgo excepcional y un proyecto común, no es bueno. Cada uno de nosotros podemos contribuir humildemente desde nuestra actividad a crear las condiciones necesarias para lograr superar exitosamente esta crisis. Si mi trabajo es limpiar, lo debo hacer excepcionalmente, si mi trabajo es realizar un buen diagnóstico, lo haré sin negligencia, si mi trabajo es liderar una empresa, lo haré con consciencia, si mi trabajo es administrar lo público lo haré con eficacia y eficiencia, etc. Pero eso supone apostar por los mejores, y ello contribuirá a que todos intentemos ser los mejores. Es bueno conformar y afirmar derechos laborales, pero no lo es menos, tratar de ganarnos el puesto de trabajo día a día, mejorando y esforzándonos, y no solo admirando con indolencia los derechos que nos asisten, puesto que cada abuso de derecho contribuirá a limitar los derechos de otras generaciones. Para salir de la mediocridad será necesario prepararnos para adelantarnos. Cuando estamos preparados nos cargamos de energía y nos apasionamos profundamente. Utilizamos todo nuestro potencial y nuestra autoestima se fortalece. Para salir de la mediocridad deberemos atrevernos a mejorar. Adquirir el hábito, la disciplina de no conformarnos con los resultados actuales, saber que siempre hay alguna cosa que podemos mejorar. El hombre excelente, independientemente de su grado de desarrollo, avanza en el camino de su perfeccionamiento personal y se aleja paulatinamente, unos más rápidamente que otros, de la mediocridad. El mismo hecho de caminar hacia la excelencia implica alejarse de la mediocridad, aunque no se haya llegado al destino. De este modo, la excelencia no es un punto de llegada, un logro en sí mismo, sino un camino. Aristóteles decía que la excelencia es un hábito, no un acto. Pero para avanzar en esta dirección, tenemos que cambiar muchas cosas, nuestro sistema educativo, y ello de una forma radical, nuestro sistema de evaluación del desempeño del empleo, tanto en la empresa privada, como y sobre todo, en los quehaceres públicos. La clase dirigente de un país debería ser el espejo en el que mirarnos, y para ello las clases políticas deberían afanarse en elegir a los mejores, a los más cualificados, a los más excelentes, y para ello no sólo es necesario un curriculum, que también, sino una actitud por la excelencia, y por la perfección, y no por la acomodación y la conveniencia que tanto ha primado. En España los medios de comunicación califican a alguien como excelente y lo convierten en tal, aunque no lo sea, y al revés, pueden hundir a cualquiera, y sé de lo que hablo. Ha llegado el momento de apostar por la excelencia, la adecuada selección y el esfuerzo.
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