Manuel Coma

Extraña vigilancia

Se refieren a él como «surveillance», lo que es más que un tecnicismo de jerga o un simple eufemismo, porque en inmensa medida es lo que hacen. Vigilan o supervisan comunicaciones y básicamente se quedan, en primera instancia, con lo que llaman metadatos, que podría ser todo aquello que no es el contenido de lo que se comunica, más específicamente quién llama a quién (teléfono, dirección electrónica) y cuándo. Eso es lo que almacenan. Es extraño que los medios de comunicación presenten todo el asunto como si 60 millones de conversaciones en España estuvieran verdaderamente inspeccionadas y controladas. Es imposible reunir el personal necesario y, por otro lado, algo muy próximo a la entera totalidad carece por completo de interés. También es bien extraño que no se trate más que de comunicaciones con áreas de conflicto: Afganistán o Mali. ¿60 millones? No está mal la capacidad de nuestro Centro Nacional de Inteligencia, o quizás es una fruslería. Aparte de la metedura de pata de poner el grito en el cielo por algo que había partido de aquí, o de París o de Berlín, resulta que los nuestros hacen lo mismo que los americanos, como Dios manda, quizás. Otra cosa es «Frau» Merkel y los treinta y tantos líderes mundiales. ¿Cómo es posible, incluso concebible, que no tengan sus comunicaciones protegidas? A Obama se lo impusieron en su móvil en cuanto pisó la Casa Blanca. A los altos funcionarios y políticos americanos, cuando viajan, los servicios de inteligencia de sus embajadas les proporcionan comunicaciones seguras para hablar con Washington. Pinchar las líneas telefónicas es un delito en cualquier parte, pero las comunicaciones por ondas, inalámbricas, están, podría decirse que por definición, a merced de quien sea capaz de captarlas. Fisgar las conversaciones de un líder amigo es indudablemente una grosería, pero cualquiera de ellos tiene metido en sus sistemas abiertos a cuatro o cinco servicios extranjeros y a un par de ellos privados. Si no quieres que escuchen tu tertulia, de nada sirve que no estés hablando por tu celular. Ni siquiera que lo tengas apagado. Más vale que le quites la batería y la tarjeta. En cuanto a las maravillas de las que es capaz un pirata informático quinceañero desde su casa es como para no creérselo.Por todo ello es extraño que los medios de comunicación nos asombren con esas increíbles e inquietantes proezas del moderno espionaje, sus repercusiones políticas, sus atentados contra la privacidad, sin darnos una somera explicación divulgativa de todo lo que es posible al respecto. A nadie parece habérsele ocurrido pedirle un artículo a un ingeniero de telecomunicaciones especializado en telefonía o informática o sistemas de seguridad digital. El escándalo significará un mayor control político, normas y limitaciones más rigurosas, medidas pasivas y activas de protección que serán desbordadas por los avances técnicos. Es el mundo en que vivimos. En último término, el inabarcable exceso de datos es lo que mejor nos protege.