Ángela Vallvey

Fauna playera

Durante el agosto españolito, las playas se llenan de una variopinta fauna amorosa (por decirlo finamente) que por sí sola merecería un «reality-chou» que no hubiese desdeñado realizar el gran y añorado Félix Rodríguez de la Fuente. Por ejemplo, la especie catalogada como «Carpincho Ligoterus» continúa floreciendo desde los años sesenta hasta la fecha. El cieno, el fango y el lodazal son universalmente conocidos como los lugares de residencia preferidos por el «Carpincho Ligoterus», si bien en verano se traslada a la playa a ver si pilla algo. Como su propio nombre indica, el «Ligoterus» vive para ligar, por eso a veces piensa que su vida no tiene sentido. Se halla íntimamente unido al agua, donde las carnes propias, y las ajenas del resto de veraneantes, afloran en su esplendor, o alevosía. Es relativamente alto de patas, lo que le permite otear el panorama sin mojarse el bañador Meyba de nylon, a rayas y con braguero (los bañadores del «Ligoterus» cuentan con más extras que la paella de un restaurante inglés). Su tronco es algo estrecho, la cabeza pesada y angulosa. Tiene unos vigorosos dientes impropios de un vegetariano (o por lo menos, de alguien que se proclama como tal, según reza en su camiseta). Su vida playera transcurre bajo la constante amenaza de varios fornidos enemigos: el cachas de gimnasio y anabolizante, el forrado que sabe que una buena billetera atrae a las macizas tanto como unos convenientes bíceps, etecé, etecé.

Al atardecer, frustrado y dolido en su amor propio (otro amor no tiene, por ahora), pone fin a su jornada plegando la toalla con un bostezo ronco como una tos, especial para desconcertar a sus competidores. Se revuelca un poco en la arena y vuelve a su apartotel, hasta mañana, con toda la pinta de una humana tostada.