Martín Prieto
Fin de raza
La Policía francesa mantiene la cortesía histórica de no allanar una casa hasta que el sol no se levante para impedir penetrar en la oscuridad como los malhechores, hasta que el ministro del Interior, el socialista, José Luis Corcuera, intentó infructuosamente acabar con la inviolabilidad del domicilio, esa conquista de la humanidad que exige un mandamiento judicial para poder entrar en una vivienda sin permiso del habitante. Discutía bastante con él, amigablemente, y le aduje que su próxima ocurrencia podía llegar a ser la de suprimir el Habeas Corpus, pilar de la civilización occidental. Una noche cenando con él, en un reservado, junto al gran periodista malogrado José Luis Gutiérrez, las voces subieron tanto de tono que los camareros entraron suponiendo que se estaban pegando. Ni siquiera le censuraba el asesinato de los terroristas sino la chapuza de los GAL con policías ludópatas, puteros, sicarios de desguace. Me ilustró: «A ver si te crees que estas cosa se hacen con catedráticos de Filosofía». Poco antes de la muerte de Guti, Corcuera le comentaba: «MP no se cansaba de elogiarnos, un día se volvió loco y comenzó a acusarnos de todo». Gutiérrez le replicó: «Los que os volvisteis locos fuisteis vosotros que acabasteis metiendo a la gente en cal viva». Gran definición.
Los cuarenta años de exilio y el complejo ante la actividad y martirologio comunistas dieron a los jóvenes Felipe González y Alfonso Guerra, una grey de militantes, un aluvión de militantes en busca de trabajo o poder, y cuando Felipe logró que el PSOE renunciara a la lectura marxista de la historia y a la lucha de clases como metodología y en 1982 un cuerpo de marea electoral le aupó a La Moncloa y le llegaron los oportunistas y el mareo de cabeza de gobernar cien años y una España irreconocible hasta para la madre que lo parió. La prepotencia de los desavisados llegó al extremo de que un Secretario de Estado reunirá a directivos periodísticos para explicarles que la opinión y la línea informativa de los medios de comunicación debían atenerse a los resultados electorales, apoyando siempre a la primera mayoría y no digamos a la mayoría absoluta. Y es que el PSOE, aunque cuenta con menos afiliados que el PP, siempre ha tenido problemas con los recursos humanos, la selección del personal, hasta llegar al analfabetismo de los gobiernos de ZP. Él mismo se jactaba ante su mujer que cualquiera podía gobernar en España, incluido él. Hubo tiempos en que podías expresar tu simpatía o comprensión hacia la socialdemocracia sin que te cubriera la vergüenza porque te amparaba la sombra de Olof Palme, Willy Brandt, Bruno Kreisky y hasta el malvado Mitterand quien al menos escribía muy bien, pero en España sólo podías agarrarte a los viejos que renunciaron a su preeminencia como Nicolás Redondo senior, Lalo López Albizu, Ramón Rubial o al ex comunista Enrique Múgica. Tras la corrupción de la sangre era inevitable la llegada del dinero y el PSOE jamás hizo una autocrítica; solo Joaquín Almunia, tras perder las elecciones con un frente popular que no quería ni a los comunistas, balbuceó unas palabras de perdón antes de instalarse en uno de los tronos de la UE donde permanece. La tesis socialista es que una derrota electoral es el aguamanil en el que se purifican los errores y no se debe pedir excusas por nada ni variar de criterio ni lenguaje. Así un hombre como Rubalcaba, que está al borde de la combustión espontánea, intenta patronear un buque en rumbo de colisión, con la ayuda de una funcionaria partidaria, vicesecretaria, diputada, feminista subvencionada y alma bondadosa de un geriátrico que acaba de cerrar su cuenta en las redes sociales. Peor imposible. Ante la previsible ruptura del PSOE en Cataluña, y las tensiones en sus sucursales vasca y gallega, más la independencia de los andaluces, que son versos sueltos, y mientras en Ferraz apelan al Bálsamo de Fierabrás, España ya es federal, aunque la llamemos autonómica. Artur Mas es inconcebible en la Baja Sajonia o en el estado de Texas. Como el PSOE presume de ser federal, que no lo es en sustancia, ya tienen una lección en los 13 escaños del PSC que le quedan en el Congreso. De ellos podría decirse igual que los Borbones: que no olvidan ni aprenden nada. El regenerador de una nueva socialdemocracia está aún estudiando ESO, y por culpa de sus padres, llegará al PSOE con faltas de ortografía e incomprensión de textos.
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