César Vidal
Florida después del huracán
Mientras contemplo al obrero de la luz encaramado enfrente de mi casa recuerdo a uno de tantos miembros de un gobierno de ZP –incompetente soberbio como otros– que, tras el huracán Katrina, ofreció ayuda al presidente Bush. No es que la cortesía estuviera mal, es que poco antes en la Península Ibérica habían caído cuatro copos de nieve y media España se había quedado paralizada. No quiero pensar qué hubiera acontecido con mi amada nación de origen si hubiera tenido que enfrentarse con Irma, un huracán que tenía más anchura que toda la piel de toro. Pero sí puedo permitirme reflexionar sobre lo sucedido en mi tierra de adopción. Un número de personas superior a toda la población de Cataluña fue evacuada en orden, sin escenas de pánico, sin saqueos, sin hijos de Satanás aprovechando para llevarse jamones o televisores de los grandes almacenes. En unos días, a veces horas, Miami cumplía de nuevo su función de capital del mundo hispano y quien hubiera llegado en esos momentos a la ciudad floridense no habría reparado en el paso de un huracán salvo por algún árbol caído aquí y allá. Sí, es verdad, Irma perdió interés en los medios cuando se anunció que su ojo se desplazaba hacia el oeste y sólo alcanzaría lo que algunos dijimos: Key Bizcayne, Brickell, Broward... Miami sigue en pie, funciona, ha resistido. Justo lo que no pasaba en Lorca más de un año después de su terremoto. También es verdad que las compañías telefónicas ofrecieron gratis sus servicios durante los días del huracán conscientes de las necesidades de la comunidad. Incluso Hacienda va a retrasar las declaraciones y los pagos por un trimestre. ¡A buenas horas íbamos a ver a Montoro renunciando a las multas y a los recargos de sanciones justas e inicuas si tuviera esa posibilidad! Seguramente a muchos les molestará, pero lo que se ha podido contemplar estas semanas en Miami merece el nombre adecuado de civilización. La ley y el orden en su sitio; una Hacienda decente al servicio de los ciudadanos; bancos y compañías ayudando a los demás; ausencia de saqueos; evacuaciones sin histeria; todo tipo de gobiernos –local, federal, nacional– en extraordinaria y coordinada armonía; por supuesto, una bandera respetada. Insisto: eso es la civilización. Lo que no llega a ese nivel chapotea en la chapuza, aunque pretenda disfrazarse de cualquier otra cosa.
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