Cristina López Schlichting
Francisco, líder
La cara B de los atentados yihadistas en Europa es el auge del odio al musulmán. Cada vez recibo más correos, tuiters, wasaps islamófobos. Puede que sea comprensible, pero tal vez el tener una madre alemana me ha vacunado contra la ingenuidad. Cuando se cuece un odio racial, religioso o cultural se están cocinando a su vez graves peligros sociales. Y son muy pocos los líderes capaces de contradecir corrientes tan poderosas. Los políticos, por ejemplo, ¿quién va a mojarse demasiado en una batalla impopular en defensa de los musulmanes? Y así, tacita a tacita, al rencor por un lado se van sumando la inacción y el silencio por otro.
El Papa se ha constituido este fin de semana en el líder mundial del diálogo interreligioso. El viernes dio el Pontífice una foto histórica con el abrazo al máximo responsable de la mayor institución teológica islámica, la universidad egipcia de Al Azhar. Ha sido un golpe rotundo al integrismo islámico, sin derramar una gota de sangre. El imán Ahmed Al Tayeb, cabeza visible del mundo doctrinal suní, descalificó en ese encuentro, y al calor de las palabras de Francisco, «a una minoría que ha malinterpretado algunas aleyas y ha empezado a matar y aterrorizar a los inocentes». Con muchísima sagacidad la diplomacia vaticana ha infiltrado una duda teológica sobre el Daesh, una condena doctrinal en el tejido de una yihad que se supone religiosa. De paso, el Papa nos ha dado una lección de humanidad. Hay 1.200 millones de musulmanes en el mundo, ¿hay que matarlos? ¿hay que confinarlos? ¿es realista frenar el tráfico de población internacional como ha pretendido Trump? ¿acaso no es más razonable trazar una alianza estratégica con tantos musulmanes que desean la paz como nosotros? Podemos ser 2.200 millones de cristianos luchando contra 1.500 millones de musulmanes o, sencillamente, 3.700 millones de personas unidas contra una panda de terroristas que serán vencidos como lo ha sido ETA, por la razón, la fuerza policial y la civilización.
Francisco ha conseguido con un solo viaje más que tantos políticos desunidos y perdidos, oscilando entre el desconcierto avergonzado y la agresividad. Ha asumido la vanguardia de una cruzada mundial por la paz: «Ninguna violencia puede ser perpetrada en nombre de Dios porque profanaría su nombre». Bingo. Es una constatación asimilable por todo el que haya hecho silencio profundo alguna vez, sea seguidor de Buda, Cristo, Yaveh o Alá. Dios, el misterio infinito y eterno, es paz. Dios es amor. Con una fidelidad extrema al mensaje del Evangelio Francisco se ha puesto a la cabeza de esta batalla que va a marca una nueva era.
El camino es además muy hermoso. Porque el odio envilece a quien lo practica, eleva barreras e incapacita. Por el contrario, en el amor al otro –también al diferente– la persona crece y los pueblos se engrandecen. Combinando la tarea policial antiterrorista con la alianza entre todos los hombres de buena voluntad seremos más eficaces y mejores.
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