Rosetta Forner

Frankenstein no era ficción

Vaya por delante que no soy experta en «clonación terapéutica». Por consiguiente, no puedo hablar como tal, pero sí como ser humano que se plantea que, quizás algún día, pueda ser «público objetivo» de dicha rama de la medicina: la biomedicina. He visto muchas películas de ciencia ficción, en algunas a la gente le crece el brazo o le implantan chips en la cabeza que les permiten acceder a la información que facilitan satélites y cualquier base de datos. Al ser humano, lo de jugar a ser Dios siempre le ha interesado, pero no por tener vocación de ofender al Creador, sino para poder paliar el dolor que aquí en la Tierra sentimos muchas veces a causa de las enfermedades. La Junta quiere crear un «Comité de Investigación con Muestras Biológicas de Naturaleza Embrionaria» sin contar con el Ministerio de Sanidad de España –permítanme que no me meta en cuestiones políticas con la pregunta: ¿Para qué nos sirve una nación si luego pasamos de ella? –Dicho esto, vuelvo a lo mío. Alegando que las investigaciones con células madre embrionarias permiten el desarrollo de proyectos con los que avanzar en el conocimiento y tratamiento de diversas enfermedades (diabetes, lesiones medulares o ciertos tipos de tumores y leucemias en niños)». Enunciado así, creo que todos daríamos nuestra aprobación y firmaríamos donde fuera con tal de que esto se hiciese realidad. Al ser humano no le gusta la enfermedad, ¿cómo iba a gustarle? Los avances médico-científicos son fantásticos pues permiten salvar vidas que antaño era impensable. Empero, hay un punto en el que el ser humano se topa con una barrera invisible que, a pesar de los avances de la tecnología, no la puede franquear: la ciencia acaba donde empieza el alma. La medicina se ha vuelto excesivamente mecanicista, cree que todo lo puede arreglar con «medios técnicos». Cuando el cuerpo enferma es porque algo duele en el alma: factor psicosomático (esto era la base de la Medicina hace miles de años). Yo soy partidaria de dejarle un espacio a la medicina del alma, que es la que realmente cura mientras que la otra sólo «repara cuerpos».