Cástor Díaz Barrado
Frontera
La situación que se ha generado en los últimos tiempos en la frontera entre Colombia y Venezuela ha adquirido un carácter preocupante y nada hace presagiar que, en los próximos meses se calme esta situación sino que, por el contrario, es muy posible que tienda a deteriorarse. Las razones de fondo, aunque tienen diversa naturaleza, entroncan con enfrentamientos de carácter ideológico. Venezuela y Colombia representan, en estos momentos, dos visiones radicalmente diferentes para el futuro de Latinoamérica y, en particular, en el marco de los esfuerzos de integración que, desde hace tiempo, están teniendo lugar en el espacio latinoamericano. La sombra del ex Presidente Álvaro Uribe aún habita en el imaginario venezolano a pesar de los esfuerzos que está realizando el gobierno del Presidente Santos por evitar una confrontación directa con el país vecino. La situación tiene difícil solución y se está desarrollando, por ahora, en el ámbito exclusivo de las relaciones bilaterales. La OEA no ha sido capaz de enfrentarse al conflicto y de buscar soluciones que garanticen la estabilidad en la zona. A diferencia de lo que sucedió hace algunos años, en la anterior escalada del conflicto colombo-venezolano, el proceso de integración que representa Unasur no está sirviendo, tampoco, para ofrecer soluciones satisfactorias para ambas partes. Todo ello, aunque la posición de Colombia sea menos radical que en el pasado y aunque el liderazgo del presidente Maduro esté menos asentado que el de su predecesor. No cabe olvidar que, más allá de los enfrentamientos ideológicos, las decisiones que se están adoptando en relación con la frontera entre Colombia y Venezuela afectan, de manera primordial tanto a cuestiones de orden humanitario como a las relaciones económicas en esa zona común y compartida entre los dos estados. La «crisis humanitaria» que se ha producido con la expulsión de ciudadanos colombianos del territorio venezolano es el componente más dramático de este conflicto. Si bien hay que luchar contra la delincuencia organizada y hay que poner fin a los desmanes que se producen en ese espacio fronterizo, también es verdad que esto hay que hacerlo en el marco del diálogo y de la cooperación. Las decisiones unilaterales en las relaciones entre dos estados que comparten una historia común y, a largo plazo, unos objetivos de integración en el conjunto de la realidad latinoamericana, no resuelven los eventuales conflictos que puedan ir surgiendo entre ellos. Colombia y Venezuela deben buscar un marco para la negociación y sosegar el conjunto de las relaciones bilaterales. Por ahora, todo hace presagiar no sólo que el conflicto se alargue en el tiempo sino que, también, se adopten medidas que perjudiquen a las poblaciones de ambos lados de la frontera.
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