Alfonso Ussía

Futbolete

Me preocupa que la Selección de España haya hecho el ridículo en este Mundial de Futbolete. Es como acudir al campeonato de Petanca del sudoeste de Ceuta y no clasificarse para la fase final. Leo que Casillas quiere seguir en el Real Madrid. Y yo, si pudiera. Hay otros futbolistas que prefieren ser añorados y se retiran en el momento justo. Nada tengo contra Casillas, pero le recomendaría sosiego y unas buenas horas invertidas en analizar sus últimas actuaciones. En soledad, preferentemente.

He seguido con poco entusiasmo este Mundial. La mitad de los partidos se han emitido a través de un canal de pago minoritario, casi marginal. Y los partidos ofrecidos en La Cuatro y Tele-5 me han aburrido una barbaridad. Le preguntaron a un noble arruinado si consideraba que pertenecía a una familia bien venida a menos. Respondió con la sinceridad del derrotado por la vida: «Soy de una familia mal que ha ido a peor». Como nuestra Selección. Tan prepotente, tan estática, tan ayuna de imaginación. Me fascina el entusiasmo de un sector de la prensa deportiva. Estamos los españoles en deuda con la Selección, que hizo a España campeona del Mundo en Sudáfrica. De acuerdo, pero con matices. Se reunió un gran equipo, Del Bosque creó un buen ambiente, los jugadores estaban en su mejor época y se triunfó en el Mundial y dos Eurocopas, la primera de ellas con Luis Aragonés de entrenador. Los españoles fuimos felices y ellos también. No jugaron por amor al arte. Extraña esa demanda de gratitud en quienes tienen que ser los agradecidos. «El Real Madrid le debe mucho a Casillas y a Raúl». ¿Acaso Casillas y Raúl no le deben nada al Real Madrid? Decía el gran Antonio Mingote que un jugador que cobra al año doce millones de euros y consigue hacer un gol no está moralmente autorizado a celebrarlo. «Lo que está es obligado a devolver parte del dinero si no lo mete». Hay futbolistas que sí merecen una eterna gratitud. Di Stéfano, por ejemplo. Bernabéu dijo que más de la mitad del estadio madridista lo había construido Di Stéfano. Pero me voy a otros lares por culpa de las melancolías y los afectos.

El Mundial de Brasil ha tenido un protagonista. Se recordará por el mordisco del uruguayo Suárez al defensa italiano Chiellini. Leo que el «Barça» le ha pagado al Liverpool ochenta millones de euros por el mordedor. Es reincidente. En tres ocasiones ha mordido a sus adversarios. No le obligarán a jugar con bozal, que sería lo correcto. Pero ese mordisco ha salvado el interés del Mundial más mediocre que se recuerda. Al menos, que recuerda este menda. Ha surgido un maravilloso futbolista colombiano al que los brasileños asaron a patadas ante un árbitro español perfectamente adiestrado por la FIFA. Brasil y Argentina resultan intocables. Alemania, como siempre, pesadísima y fuerte. Holanda, un enigma. Francia, con Colombia y Costa Rica, la que mejor ha jugado. Pero Platini carece de influencias determinantes en la FIFA. Di María mejor que Messi. Hulk, mejor que Neymar. Poca cosa para el mercado. Ése sí, Kroos, del que dicen que está hasta los «kroos» de Guardiola. Alemán importante, gran futbolista. Y el «spray». Con el mordisco de Suárez, lo más atrayente del Mundial. Ya era hora. Como la cámara acusica sobre las porterías. Con el dinero que mueve el fútbol es inconcebible que esos adelantos no se hayan puesto en práctica hace años. Vuelvo a nuestro fútbol, tan novedoso y brillante antaño, tan viejo y programado hogaño. Todo es evolución, y el que se queda parado, pierde. Los griegos renunciaron a la prima porque juegan para Grecia. Los nuestros tenían más de setecientos mil euros por cabeza si conseguían el Mundial. Son los protagonistas del gran negocio y es justo que los mejores reciban su premio. Pero vuelvo a Mingote. Que no se abracen tanto. Están obligados a demostrar que las millonadas que perciben responden a una calidad que en ocasiones, demasiadas, falla estrepitosamente. No estamos obligados a agradecerles nada. Ellos son los que tienen que estar agradecidos. «Les debemos mucho», dicen y escriben los periodistas entusiastas. No. Nada de eso. Ni por asomo.

Les hemos devuelto con creces la felicidad que nos proporcionaron. El júbilo que nos regalaron. Pero no somos deudores de nada. Ellos sí nos deben. Hasta la comprensión del ridículo. Hasta la amnistía de saber que por perder han cobrado una pasta gansísima. Y que, a pesar de todo, aún guardamos esperanzas de nuevas alegrías.

Los futbolistas aún no saben que el fútbol somos los aficionados. Los que siempre pagan.