Ángela Vallvey
Futuro
Cuando empieza un nuevo año, casi todos nos hacemos buenos propósitos para el futuro, le damos vueltas a la idea del mañana, lo fiamos todo —o mucho— al porvenir, esperamos grandes cosas que han de llegar... Los más impacientes, o inseguros, quisieran averiguar qué pasará próximamente; algunos incluso consultan al oráculo televisivo —a los echadores de cartas de la Televisión Digital (Extra)Terrestre que disfrutan actualmente los españoles en su hogar—. No todo el mundo, sin embargo, siente curiosidad por conocer el futuro. Algunos de los sabios de la Antigüedad se mostraban reticentes a la idea. Cicerón, por ejemplo, creía que ignorar los males venideros nos resulta mucho más provechoso que conocerlos de antemano porque no hay ventaja alguna en saber qué mal ha de venir y, por el contrario, estar preocupados todo el tiempo pensando que ocurrirá algo malo sólo consigue que desperdiciemos nuestra existencia sufriendo y atormentándonos por una cosa que ni siquiera ha sucedido aún. Es lo que los psicólogos modernos llaman «luto anticipado»: padecer el luto cuando todavía no tenemos ni muerto. Horacio tampoco era partidario de los oráculos: recomendaba evitar las indagaciones sobre el mañana. Y Séneca era de la opinión de que un alma inquieta por el porvenir es «grandemente desgraciada», de la misma manera que aconsejaba no prometer nada del futuro (está claro que no hubiese hecho carrera política en nuestros tiempos, el pobre), porque ni siquiera los que han tenido siempre «el favor de los dioses» pueden estar seguros de seguir conservándolo... Parecen más razonables los consejos de Horacio, de Séneca y de Cicerón —pues han atravesado los siglos hasta llegar a este artículo, verbigracia— que los de quienes aseguran poder adivinar el devenir de la vida. En cualquier caso, busquemos, soñemos, trabajemos, vivamos... Y que 2013 nos sea propicio.
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