Alfonso Ussía

Garmendia

La Razón
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Vuelvo de Sevilla. Apenas unas horas en la maravillosa ciudad de la medida y la distancia, más romana que árabe, más cristiana que atea. Aún los jacarandas desnudos, las buganvillas tristes y el azahar lejano. Harto de la política, me refugio en el gran José Antonio Garmendia, que paseó por todas las aceras de Sevilla su talento y su gracia. Descubrimiento de Carlos Herrera, al que hay que agradecer el rescate del anonimato de personajes fabulosos. Garmendia, alto, inmenso, corpachón de roble vasco incrustado en el talento de Sevilla. Genial poeta satírico, burlón y epigramático. Sus romances, memorables. Su «Taberna del Traga», prologada por Antonio Burgos, una joya imprescindible del anteayer sevillano. Calvo, barba canosa y ermitaña de eremita perdido en el entresiglos del XX al XXI. Carlos Herrera le dio cobijo y senda a su voz, una voz magnífica que dominaba la cadencia y la melodía de sus divertidísimos romances costumbristas.

Dominador del donaire, de la ráfaga luminosa del epigrama. Bohemio de verdad, sin necesidad de mostrar el carné de la bohemia impostora y plastificada. La suya era legítima y verdadera. «Cada vez que me confieso,/ el cura me echa una bronca./ Yo no sirvo para eso». Acuarela de paisaje antiguo, independiente ante todo y ante todos. Licenciado en Ciencias Químicas y campeón de España de atletismo, en la modalidad de 4x100 metros. Viéndolo deambular por Sevilla nadie apostaría por su pasado de «sprinter». Amigo de toreros de plata y de flamencos tiesos. Entre ellos, del Beni de Cádiz y de su hermano Amós, del Loqui de Triana, de Joseliqui, de Enrique el Cojo, de Emilio el Mogro y hasta del «Brillantina», el único flamenco de la Historia que se murió en inglés. Pues eso, que volvían de Jerez después de una madrugada de arte y señoritos, y el coche se empotró en un árbol. Todos ilesos menos «Brillantina», al que llevaron a la más cercana Casa de Socorro. Agonizaba, y un compañero del cuadro flamenco le preguntó: -¿Quieres recibir por si acaso los Santos Óleos?-. Y «Brillantina» respondió: -Yes-. Y se murió.

«¡Histórico, carismático!/ ¡Francisco Franco Bahamonde!/ Pues yo no soy muy fanático,/ mire usted por dónde». Shakespeare en su inspiración: «To be or not to be/ that is the question./ De papas con tomate/ cómo me he puestion». Sus bellos diálogos amorosos: «Yo te amo con la a./ Ya./ Yo te adoro con la e./ Lo sé./ ¿Y te gusto con la i?/ Sí./ ¿Quién va amarme con la o?/ Yo/ ¿Nos casamos con la u?/ ¡Tururú!». Sus rebuscados juegos con el lenguaje: «Sentadita en aquel banco,/ que había junto al estanco/ qué bella estaba Sofía,/ toda vestida de blanco/ toda llena de melanco/ lía». Y más alambicado aún: «El vizconde de Spiteri/ se ha portado con la Rosi/ que es una pobre indigente,/ según me dicen, miseri/ cordiosi/simamente». La Santa Cepeda, Teresa de Jesús: «Vivo sin morir en mí/ y tan alta vida espero,/ que mientras muero o no muero/ me estoy haciendo pipí». El lugar común, el topicazo de la suegra, suavizado con su gracia en la composición breve: «¿Quién se eleva en vuelo suave?/-El ave-./ ¿Quién nada con sencillez?/ -El pez-./¿Quién patea y quién rebuzna?/ -Mi suegra-./ Eso no rima, Roberto./ -Pero es cierto-».

Estuvo allí, en Sevilla, de la «Taberna del Traga» a su casa, de ida y vuelta sonriente, con su aspecto feroz y su mirada bondadosa sin que nadie hurgara en su talento. Lo hizo Carlos Herrera y a él le debemos el hallazgo y la melancolía. Sí, por la desaparición de un genio que no buscó aparecerse a nadie y cuya ausencia tanto se siente en estos momentos de decrepitud Intelectual, de vulgaridad putrefacta.

Harto de la política, y después de unas pocas horas en Sevilla, bueno es recordar a José Antonio Garmendia, el poeta bohemio del talento escondido.