Alfonso Ussía

Garzón y Gibraltar

Lo primero que tiene que hacer Baltasar Garzón en su colaboración pactada con el Gobierno de Gibraltar es recomendarles la adopción de una versión británica de sus apellidos. Hora es que los gibraltareños se distingan de los españoles desde un principio. El presidente, el gran amigo del patriota Garzón, Fabián Picardo, tendría que convertirse en Fabian Pikard. El Ministro Principal Adjunto, Joseph García, en Joseph Grace.

El ministro de Salud y Medio Ambiente, John Cortes, en John Parliament. La ministra de Igualdad y Servicios Sociales, Samantha Sacramento, en Samantha Sacrament, adaptación bastante fácil. El ministro de Turismo, Transporte Público y Puerto, Neil Costa, en Neil Coast. Y el de Deportes, Cultura, Patrimonio y Juventud –este hombre tiene que trabajar una barbaridad–, Steven Linares, en Steven Linnars. De esta guisa, don Baltasar podría presentarle a Fabian Pikard su primera minuta sin ningún tipo de prudencia o rubor. No obstante, creo que también acertaría Garzón si, en cada ocasión que cruza la frontera, disfrazara su nombre y primer apellido en su versión inglesa, e incluso, que en versión inglesa se quedara para siempre, porque en España, a partir de ahora, poco podrá hacer. Le recomiendo la fórmula de Balthasar Boy, que esa es la traducción exacta, puesto que Garzón quiere decir «mancebo, niño, joven» según el diccionario de la RAE. Ayudaría a comprender mejor las cosas. Si aparece publicado en la Prensa que el ex juez condenado por prevaricación Baltasar Garzón, se reúne con el golferas de Fabián Picardo para montar una estrategia contra los intereses de España, muchos de sus partidarios podrán dejarse llevar por la decepción. Pero si son Fabian Pikard y Balthasar Boy los que se reúnen para fastidiar a los pescadores españoles, apoderarse de aguas territoriales españolas y construir en territorio español un gran puerto deportivo con lujosos hoteles y altos edificios empresariales, nadie tendría motivos de queja. «Cosas de ingleses», dirían, y pelillos a la mar. Gibraltar es una colonia muy rica. Paraíso fiscal, paraíso del contrabando, lavadero de dinero negro, y con una presencia bancaria muy chocante teniendo en cuenta sus pocos habitantes. Tengo por seguro que míster Fabian Pikard va a mostrarse generoso con mister Balthasar Boy. Y que éste, en un futuro, cuando abandone su asesoría personal en determinados países sudamericanos, se establecerá en Londres abriendo un despacho de Abogados de lo más rumboso y próspero. Una especie de «J.A. Garrigues» en plan inglés: «Balthasar Boy Law Firm». Y en lugar de pedirle dinero a Emilio Botín con su famoso «querido Emilio», terminará carteándose con la inmortal Reina de Inglaterra usando la fórmula «My dear Lilibeth». Porque mister Boy no se para en barras ni rehúye cercados, ni se detiene ante alambradas inaccesibles e insuperables para el resto de los mortales.

Pero para ello, necesita triunfar y cosechar toda suerte de éxitos en sus contenciosos contra España defendiendo los intereses de Gibraltar. En el Reino Unido no se premian los fracasos. Un patinazo legal le cerraría muchas puertas en la Capital del Imperio, y podría terminar asesorando a Raúl Castro y Nicolás Maduro, que serán tan revolucionarios como mister Boy, pero no clientes de confianza. Así que en esas estamos a la espera de nuevos movimientos. Y vuelvo al principio. Una adaptación de los apellidos por parte de los actuales gobernantes de Gibraltar es fundamento imprescindible para los triunfos futuros. Que un Picardo o un García se unan para maniobrar contra España, nada tiene de serio ni creíble. Mister Boy está obligado a convencerlos. Es como si Sir Francis Drake, el astuto pirata, se hubiera llamado Paco Díez. Ánimo y al toro, mister Boy, que en inglés es «bull».