Cristina López Schlichting

Generación «caca»

Se me ocurre este otro nombre para la llamada «Generación EGB», los que nacimos en el tardo franquismo y hasta los 80; «Generación caca», porque comimos más porquería que nadie. Nos criamos con el «tulipán», las «panteras rosa» y los «flash» de colores. Nos encantaban las chuches estirables; la gozábamos con los bollos rosas y los polos verdes y creo que hemos sido el test de pruebas de la industria radioactiva. Reconozco que la gozábamos. Nuestros abuelos habían pasado hambre en la guerra y nuestros padres en la posguerra. Nuestros hijos comen sano, verde y europeo, pero nosotros tragamos porquería con entusiasmo y a base de bien. Antes de nuestra quinta, los alimentos provenían de la naturaleza y actualmente se ha vuelto a ello. Comer mal es signo de subdesarrollo y falta de cultura. Pero los 60 y 70 fueron el esplendor de la comida industrial. Nada era mejor ni más sofisticado que una bebida de origen desconocido o con gas, una salsa de bote o un fiambre de color fucsia. Hemos ingerido substancias fabulosas, con tasas de colesterol desconocidas, y me temo que más nos vale despabilar o tendremos una vejez atroz. Mis coetáneos y yo sustituimos el café o la malta por productos de cacao elaborado; el desayuno de pan por bollería empaquetada en plástico y los postres por gelatinas de colores. Consumimos saborizantes, edulcorantes, colorantes y estabilizantes a mogollón. Lo raro no es que tengamos el colesterol alto, sino que no nos hayan salido antenas ni nos hayamos convertido –aún– en parientes de ET o de los hombres lagarto de la serie «V», una de nuestras preferidas. Otro día les hablo de los veranos al sol, embadurnados de nivea con mercromina, para quemarnos mejor; o de la preciosa ropa de tergal que nos ponían. De otro mundo. Lo dicho, generación caca.