Alfonso Ussía
Gestos y detalles
No sé en qué estaría pensando Ada Colau mientras los Reyes depositaban en la Rambla del dolor sus velas en homenaje a las víctimas del atentado de Barcelona. Que estaba pensando en algo gracioso y divertido no hay duda. Probablemente en el último chiste argentino de Pisarello. Una risa indomable y chocante. El dibujo del rostro de Colau, observado de frente, encaja a la perfección con la forma del escudo del Barcelona. Así como muy ancho, muy Netol. Pero esa risa no estaba en el orden del día de la tragedia. Me recordó al gesto del heredero de una fortuna titulada en el funeral del conde. Me acerqué hasta él para expresarle mis falsas condolencias. –Lo he sentido mucho–, le dije; –Pues peor para ti,–me respondió–, porque yo estoy más alegre que unas castañuelas–. Tenía motivos para sentirse feliz. Su tío era un conde rico, antipático y tacaño, y la herencia que le dejaba era abundante y esponjosa. Pero se trataba de un asunto menor y privado. La alcaldesa de Barcelona no se puede reír mientras los Reyes depositan sus velas de condolencia en un lugar de Barcelona donde terminan de ser asesinadas quince personas, entre ellas, niños. Quizá pensaba en los bolardos que se negó a instalar. Muy divertido.
El consejero del Gobierno de la Generalidad, el hispano-ecuatoriano Forn Chiairello, distinguió a las víctimas de nacionalidad catalana de las de nacionalidad española. No merece mayor espacio ni comentario más extenso su majadería. Tonto.
Los de la CUP que reciben con los brazos abiertos a terroristas que no lamentaron el asesinato de veinte barceloneses en Hipercor hace treinta años, han decidido no asistir a la magna manifestación contra el terrorismo islámico que presidirán los Reyes y el presidente del Gobierno. Carlos Iturgáiz, un vasco valiente que vivió durante años con su nuca amenazada por la ETA, no ha tenido reparos en agradecer a la CUP su ausencia. «Barcelona no olerá a basura porque no irán a la manifestación los guarros de la CUP».
En la plaza de toros de Bilbao, el gran torero Antonio Ferrera, vestido de fucsia y oro, tomó de su mozo de estoques las banderillas. Es un maestro en esta suerte de la torería. Se oyeron unos pitos. No le pitaban a él, pero sí a los colores de la Bandera de España que lucían las banderillas. «Esto es España y yo me considero muy español. Sólo exijo respeto». Y devolvió los palos a su mozo de estoques mientras un amplio sector de la plaza aplaudía su gesto.
En Budapest, y lo comenta con hondura y gracia la escritora de Cádiz Sandra Golpe en nuestras páginas, el nadador español, gaditano, Fernando Álvarez, del Club Natación Cádiz, que participaba en el Mundial de Veteranos que se celebra en la capital de Hungría, pidió a la Federación Internacional que con anterioridad a su serie, se guardara un minuto de silencio por las víctimas de Barcelona. El máximo responsable de esa Federación Internacional, se opuso a ello. Y don Fernando no inició la competición como sus compañeros. Todos menos él se lanzaron al agua mientras el gaditano permaneció en pie durante un minuto. No ganó la manga. Pero sí venció en la admiración de millones de españoles.
El niño australiano Julian Cadman era el dueño del cuerpecito muerto sobre su sangre en la Rambla. Su madre no pudo verlo porque estaba herida, camino del hospital. No murió sólo. Un británico valiente, haciendo caso omiso a las órdenes de los agentes de seguridad, permaneció a su lado hasta que el niño expiró. No obstante, ni ante la imagen desoladora del niño muerto, Podemos, ni la CUP, ni Izquierda Unida van a firmar el Pacto antiyihadista. Se limitarán a ir de observadores. Pandilla de canallas.
No sonríe. Se mueve con una barba pelirroja y juega muy bien al fútbol, pero lejano a la antigua alegría. Celebra los goles de su equipo con resignación y melancolía. No ha firmado su renovación, a pesar de las fabulosas condiciones de su nuevo contrato. No quiere sentarse con su presidente y en su expresión acumula toda la fuerza del desconcierto y el descontento. Lo de Troya puede ser una minucia comparado con lo que se le avecina a «Can Barça». Se quiere ir. Le han rodeado de tuercebotas.
Se llama Messi.
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