Alfonso Merlos

Golpe separatista

Prietas las filas. Se acerca la hora de la verdad. El frente soberanista es enteramente consciente de que se juega su reputación, su prestigio: poner con acierto y coraje al Estado de derecho contra las cuerdas y hacerle encajar una buena cadena de ganchos y directos, o por el contrario sucumbir ante la supremacía y el imperio de la ley de leyes para terminar besando la lona.

Así hay que entender el nombramiento de Rull: un separatista declarado, un soldado convencido de que el proceso de independencia es el que llevará a Cataluña, a su término, a una gloriosa etapa de esplendor. Es lo que hay. Era lo previsible. Porque el compromiso de las personas con las organizaciones se demuestra en los momentos de crisis. Y dado el momento crítico que atraviesan los guerreros del independentismo en su loco camino, en la vanguardia y con la bandera se necesita a los muy convencidos.

Claramente la coalición CiU está ya instalada en la era post-Duran. Se terminó el tiempo de las vacilaciones, del talante, de atemperar, de tender la mano al pretendido adversario para evitar confrontaciones innecesarias o daños graves para las dos partes. Con el nuevo hombre fuerte investido por el presidente de la Generalitat de todos los poderes y más, se pisa el acelerador bajo la premisa de que la mejor defensa es un buen ataque. Ya no hay pasos atrás. Aunque parezca lo contrario, ya por el lado nacionalista se está descartando la vía de la negociación. Con la recomposición de sus cuadros altos, los promotores de la división marcan un sendero de coherencia y sectarismo pero en el que no podrán sembrar sino esterilidad. La política de tierra quemada es un hecho, y tiene los días contados. Al tiempo.