Restringido
Gran Bretaña en el caos
Hoy hay elecciones en Gran Bretaña y tanto laboristas como conservadores pueden perder (o ganar) unas elecciones que resultan caóticas. La disputa sobre el Brexit ha sido sustituida por la batalla contra el terrorismo en las prioridades de los votantes. Es una absoluta paradoja que un país que dejó la Unión Europea debido a la crisis y la inmigración esté más dividida que nunca en torno a ambos temas. A Teresa May se le reprocha haber ahorrado en policía y seguridad y no haber sabido discriminar entre emigrantes y asesinos.
El referéndum se ha demostrado una vez más como un método particularmente erróneo para afrontar problemas complejos. Jugarse las cosas a un «si» o un «no» es más propio de los dados que de la política sofisticada. La consulta general sirve cuando las diferencias se han negociado previamente (por ejemplo, cuando se redacta una constitución) y sólo queda ratificar con la voluntad popular los complejos mecanismos evaluados por expertos y políticos, pero no para solucionar los problemas en sí.
Los británicos han sufrido la crisis como todos y están experimentando la dificultad de integración de amplios sectores migrantes bombardeados por la propaganda del Daesh, pero su posición fuera de la Unión no mejora las pespectivas, incluso me atrevería a decir que las empeora. Tienen deudas con la UE y una recesión que les obliga a ahorrar ¿cómo van a multiplicar ahora gastos en la lucha antiterrorista? Conviene que todos tomemos nota con respecto a no precipitarnos en nuestras decisiones.
Estamos en una encrucijada sin precedentes en la Historia. El yihadismo va a ser fuente de sufrimiento en las próximas décadas y habrá que soslayar muchos peligros de guerras surgidas a su calor. Por otro lado, enormes migraciones amenazan los equilibrios mundiales. Y, a la vez, se avecina un cambio de era que, en diez años, con la robotización y el internet de las cosas, habrá cambiado el mundo por completo.
En Estados Unidos se calcula ya que dos de cada tres puestos de trabajo se van a perder por la nueva automatización. Tendremos que habituarnos al control absoluto, a la circulación universal sin conductores, a la intercomunicación total de datos o la nueva medicina cibernética que –a su vez– generará enormes distancias sociales, por sus precios prohibitivos. ¿Cómo vamos a ser capaces de gestionar la revolución cibernética en un entorno desestabilizado por los cambios sociales y el terrorismo? Gran Bretaña se ha equivocado. No es tiempo de divisiones ni nacionalismos. Los retos son universales, de modo que universales serán las soluciones. Es época para cabezas frías, que desprecien los populismos y las recetas fáciles. Momentos para líderes grandes, conscientes de que no hay magia y que los cambios son tantos y tan profundos que navegar será difícil.
En estos días de sangre, ni Cameron ni May han sido buenos ejemplos. Referendos demagógicos o afirmaciones exacerbadas de dureza y represión (la reacción de la primera ministra el domingo) sólo pueden empeorar las cosas. Es tiempo de flema británica, precisamente.
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