Alfonso Ussía
Gran idea
El PSC ha tenido, al fin, una gran idea. Para aliviar el tormento arrebatado del victimismo nacionalista, ha propuesto dar el primer paso hacia la co-capitalidad de España trasladando la sede del Senado a Barcelona. Nada que oponer. Pero mucho cuidado con los agravios comparativos. El mismo derecho tendría el Gobierno vasco para reclamar la instalación en Vitoria del Banco de España. Las grandes ideas hay que desarrollarlas con ambición. Por ejemplo, que cada autonomía acogiera un ministerio. Justicia en Andalucía, Agricultura y Pesca en Galicia, Asuntos Exteriores en Canarias, Defensa en Navarra, y así hasta agotar carteras y territorios autonómicos. Con la obligación, eso sí, de que las manifestaciones de protesta convocadas por los sectores sociales correspondientes tengan lugar en cada capital sede del ministerio afectado. Los pescadores andaluces estarían obligados a viajar a La Coruña para exigir un mayor cupo de capturas en sus aguas, los funcionarios de Justicia se reunirían en Sevilla, el teniente de Infantería díscolo sólo tendría derecho a protestar en Pamplona, y así sucesivamente. Madrid pasará a ser un paraíso, a no ser que el PSC, después del Senado, exija que el Museo del Prado se instale en Gerona, la Biblioteca Nacional en Lérida y el Tribunal de Cuentas en Tarragona. Puestos a pedir traslados institucionales y con el fin de procurar a quienes menos tienen las ventajas y alegrías de los más poderosos, se podría intentar que el «Barça», durante unos años, abandonara Barcelona para convertirse en el club más importante de Toledo. La capital de Castilla-La Mancha es ciudad prodigiosa, en historia, cultura y arte. Pero su equipo de fútbol jamás ha militado en Primera División ni optado a participar en competiciones europeas, y ya es hora de que lo haga. El Real Madrid restaría en la antigua Capital, por razones de justicia. Si El Prado se traslada a Tarragona, la Academia y el Museo de Bellas Artes a Logroño, el Reina Sofía a Palma de Mallorca, el Thyssen a Vilanova y la Geltrú, y el Sorolla –lógicamente–, a Valencia, no quedarían museos en Madrid para visitar, y el del Bernabéu sería fundamental reclamo. Porque una cosa es adelgazar la Capital y otra muy diferente desnaturalizarla hasta extremos odiosos. Los madrileños también tendríamos derechos para reclamar que, a cambio del Senado –que sirve para poco–, y del Museo del Prado –joya universal de la Pintura–, Barcelona nos ofreciera la Sagrada Familia de Gaudí, las Reales Atarazanas y «Bel y Cía», la mejor sastrería de España y cuyos clientes de sus «Teba» son, en alta proporción, madileños y sevillanos.
Una España vuelta al revés y renovada en su distribución de instituciones y monumentos sería mucho más justa. A Ciudad Real le vendría de perlas la sede del Consejo General del Poder Judicial, y más aún con el AVE, que no se tarda nada. Albacete, por poner un ejemplo de sentido común, no tiene mar. Pero carecer de costas no significa que Albacete no pueda ser la sede de la Federación Española de Remo, responsable de organizar las regatas de traineras. Lo del Senado a Barcelona está bien, pero hay que llegar más lejos para hacer de España, no un Estado Federal, sino un Estado equitativo en sus recursos, ilusiones y riquezas.
Felipe II se equivocó con Madrid. Lisboa era la Capital idónea. Pero la vuelta hacia atrás, hoy por hoy, es imposible. Es cierto e indiscutible que Madrid reúne excesivas riquezas. Ahí está el Palacio Real, asombro del mundo. ¿Dónde lo ubicamos? Para mí, que su localización perfecta y justa sería Benidorm, que no está sobrada de monumentos. Y la ceremonia de presentación de las cartas credenciales de los nuevos embajadores al Rey, en Benidorm, faltaría más. Y ya de llevarse ¿por qué no hace un esfuerzo Barcelona y se lleva también el Congreso de los Diputados? Una faena para Durán Y Lleida y el Hotel «Palace», pero siempre, en los grandes cambios, hay algún perjudicado.
Y Madrid, el paraíso, libre y sonriente.
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