Alfonso Ussía

Grave delito

La Razón
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Se habla estos días de un miserable gilipollas, íntimo de Iglesias Turrión y Monedero, colega de Wyoming, que ha humillado con un vómito tuitero a José Antonio Ortega Lara. El miserable gilipollas ya ha sido condenado a dos años de cárcel por tonto, y como consecuencia de su último desprecio a un español ejemplar que padeció la tortura etarra durante 532 días de secuestro, es posible que se hospede unos meses a nuestra costa en un establecimiento del Estado. Jose Antonio Ortega Lara es la síntesis de la resistencia digna y la bondad humana. El diseño de su habitáculo –por llamarlo de alguna manera–, en el que permaneció enterrado 532 días de angustia y terror, no se le habría ocurrido ni al más perverso exterminador de Stalin ni al más canalla asesino de Hitler. El miserable gilipollas, íntimo de Iglesias Turrión y Monedero, además de coleguilla de Wyoming, ha despreciado, humillado y vejado a Ortega Lara. Delito de odio o de humillación a una víctima del terrorismo. Pero el delito más grave cometido por el forajido no ha sido otro que escribir los apellidos del héroe. Este individuo no tiene derecho a escribir «Ortega Lara», porque carece de respaldo moral para hacerlo. Esa combinación de apellidos no es de su incumbencia.

Ortega Lara representa la resistencia de la ciudadanía trabajadora, inocente, sana y buena ante el terror. Una brillantísima actuación de la Guardia Civil le rescató del infierno, aunque el juez Garzón intentó ponerse las medallas del éxito. Ortega Lara felicitó al entonces ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, por no haber accedido al chantaje etarra. La liberación de Ortega Lara –yo sí puedo cumplir con el honor de escribir sus apellidos–, fue la espoleta de la venganza terrorista. Pocos días más tarde era secuestrado Miguel Ángel Blanco, concejal de Ermua por el Partido Popular. Unos días angustiosos que terminaron con el hallazgo de Miguel Ángel malherido. Le habían disparado en la cabeza dos balas de pequeño calibre para que su muerte no fuera instantánea. Durante tres días esperó su final. Bolinaga, el jefe de los torturadores de Ortega Lara fue excarcelado por el Gobierno de Rajoy. Un cáncer terminal. Tan terminal que necesitó cuatro años para terminar. Cuatro años de chiquiteos y juergas en Mondragón, de changurros y cocochas, de palmadas en la espalda durante sus paseos con la cuadrilla. Jose Antonio Ortega Lara, como muchos de los héroes que militaban en el PP, se sintió traicionado y abandonó a su partido. Ya lo habían hecho la admirable María San Gil, el íntegro Abascal y a Mayor Oreja lo sentaron en el banquillo de Bruselas. Un hombre que soporta la tortura de la soledad, la suciedad, la inseguridad, la angustia y el terror durante 532 días defendiendo la dignidad de España y el Estado de Derecho, no puede ser entendido por los miserables gilipollas que aman a Stalin, justifican el terrorismo islámico, disfrutan con los ataques a las iglesias católicas y convierten su ignorancia en una nauseabunda reunión de resentimientos. Insultar a Ortega Lara equivale a despreciar a todos los españoles –millones–, que optaron por la libertad y la reconciliación frente al terrorismo. Ese imbécil no tiene derecho a escribir sus apellidos. La gravedad de su delito, reside ahí. Porque, ¿acaso importa lo que piense un deshecho de tienta, un fracasado en todo, un ignorante absoluto, una mala persona y gilipollas clamoroso? No importa nada, excepto el atrevimiento, la osadía, de escribir los apellidos de quien no merece otra cosa que la gratitud de todos por su sacrificio a cambio de nuestra libertad.

Y si quiere otra, que vuelva a por ella.