Irak

Guerras de religión

Ángel Tafala

Hace más de dos años y medio (el 20.02.2012) propuse en este mismo periódico que ahora amablemente me vuelve acoger, intervenir militarmente –aunque sin invasión– en Siria. Razonaba en aquellas fechas que el conflicto sirio –si no se atajaba a tiempo– se convertiría en uno generalizado entre sunis y chiitas. Advertía de la posibilidad de que se desestabilizara todo el Oriente Medio.

No pretendo ser admitido en la numerosa orden del «Yo ya lo dije». Simplemente que el amable –y supongo que sobrecogido– lector que siga el tema pueda considerar que tengo ciertas credenciales para formular predicciones sobre lo que puede pasar por aquellas atormentadas tierras. Aun admitiendo que la administración Obama no ha hecho lo que convenía –ni con la primavera árabe en general ni en Siria o Palestina en particular– lo importante ahora no está en esto, sino en el cómo actuar en el futuro: qué convendría hacer ante una nueva situación de Oriente Medio bastante peor que aquella inicial y con tendencia a agravarse.

Los conflictos humanos evolucionan con el tiempo; lo que pudimos hacer o no hacer ayer, hoy puede ya no ser conveniente. Nuestros adversarios tambien mueven ficha y el tablero varía.

Hemos llegado a una situación en la zona marcada por un virulento enfrentamiento entre dos facciones islamistas, ambas enemigas de los EEUU y de Occidente en general. Gane el que gane, será nuestro enemigo. Surge aquí el doble dilema: ¿hay que actuar? ¿cómo hacerlo en caso afirmativo?

Creo que esta grave situación podría afrontarse siguiendo unas líneas estratégicas análogas –pero no idénticas– a las británicas en el siglo XIX y que sufrimos los europeos continentales: intervenir sólo para tratar de evitar que un solo bando –en este caso islamista– se convierta en potencia hegemónica de todo Oriente Medio. Esto puede sonar cínico, como en su día acusamos a los británicos, aunque a ellos les funciono. Pero ¿qué otra cosa podemos hacer cuando todos son malos? Si en Siria se impusiera Al-Asad y en Irak, Al-Maliki, el gran tiunfador seria el Irán de los ayatolas: malo. Si sucede lo contrario y el delirante califato de Ibrahim triunfa, los ataques contra Occidente y las monarquías árabes comenzarían en toda su virulencia y estas últimas reaccionarían violentamente: malo también. Esto último debería comprenderlo –especialmente– Arabia Saudita para que dejara de ayudar encubiertamente –es sólo una suposición– al IS/ISIS (grupo terrorista suni fanático, los del califato).

Esta línea estratégica que sugiero nos llevaría a intervenir selectiva, puntual y alternativamente a favor de chiitas o sunis, sólo en el caso de que el otro bando sobrepase alguna de las rayas rojas decisivas ¡por cierto, que mala prensa tienen estas rayas últimamente! que habría que establecer. Pongo algún ejemplo de ellas. El que un bando este a punto de adquirir armas de destrucción masiva (WMD) sería causa de intervención militar nuestra, pues dado el sectarismo y virulencia del conflicto, serían, de tenerlas, muy probablemente utilizadas. Otra línea roja pudiera ser un ataque significativo a los lugares sagrados de la Meca, Jerusalén u otras mezquitas especialmente veneradas. O los asesinatos en masa, que empiezan a acercase al nivel del holocausto judío de los nazis. Esto sólo son ejemplos de acciones que pudieran provocar un desequibrio estratégico definitivo a favor de un bando, lo que no debería tolerarse bajo ningún extremo, pues si no hay nadie bueno entre los combatientes islamistas, a ninguno se le debería permitir imponerse. No se trata de prolongar el conflicto, sino de que chiitas y sunitas, comprendan que si nosotros podemos impedirlo, no habrá nunca ganador en este conflicto sectario. Solo esto puede templar su odio secular y finalizar una lucha estéril.

Dado el desafió al orden mundial actual de la Rusia de Putin y de la China de Xi, esta claro que habría que estar preparados para actuar sin el respaldo de un Consejo de Seguridad de NU bloqueado por ambos.

La inacción occidental ya ha sido experimentada por la administración Obama en Siria e Irak con el resultado de un claro empeoramiento general. Si ahora continuamos pasivos –con el argumento de que no hay buenos en este conflicto religioso y racial– todavía podrá agravarse mucho más y conectarse a otras desgraciadas regiones de la Tierra donde sólo parece que la esperanza puede venir de una de las dos sharias enfrentadas a muerte. Les debemos enviar el mensaje de que no habrá ganador en esta tragedia.