Restringido
Han pasado 40 años
En noviembre se cumplen cuarenta años de la muerte de Franco. Sus restos reposan bajo una pesada losa de granito en el Valle de los Caídos. Su recuerdo se ha ido diluyendo entre la población hasta casi el olvido, lo mismo que se habrán deshecho ya a estas horas sus huesos. La España que dejó aquel noviembre de 1975, envuelta en la incertidumbre y marcada aún por la cicatriz del odio y la desconfianza entre vencedores y vencidos de la guerra, tiene poco que ver con la actual. Unos y otros hicieron durante la Transición un encomiable esfuerzo por la reconciliación, amnistía incluída, que cristalizó en la Constitución de 1978. A partir de entonces ha funcionado con normalidad la alternancia en el Gobierno. En el reparto de poder, dictado por las urnas, el PSOE se ha llevado la mejor parte. Bajo su mandato nos incorporamos a Europa y, en una cabriola divertida, confirmamos nuestra presencia en la Alianza Atlántica. Nada que ver, pues, con la España aislada, indefensa, heredada del régimen franquista.
Estando en el poder, los socialistas promovieron la ley de la Memoria histórica y se empezaron a borrar letreros en las calles –la UCD de Suárez había hecho ya el barrido principal– y a desenterrar cunetas. Nada más justo, con tal de que aquello no oliera a revancha ni sirviera para volver a sembrar la discordia. Por supuesto, es necesario que la reconciliación alcance también a las familias de los muertos de una y otra parte, y cerrar así de una vez el capítulo triste y lejano de aquella iniquidad. En este esfuerzo no debería haber ya a estas alturas diferencias entre la izquierda y la derecha. Entre otras razones, porque las herencias políticas se confunden, confluyen, se entremezclan y se diluyen, aunque no faltan los que siguen con mentalidad de dinosaurios y piensan que los dirigentes, militantes y votantes del PP son los legítimos herederos del franquismo. Éste es el último punto negro de la democracia española. La vida ha evolucionado; ellos, los que así piensan, no. Su mentalidad está oxidada. Como ha escrito Patxo Unzueta, «la deslegitimación de la derecha como fascista es una arbitrariedad heredada de los años finales de la dictadura que afecta seriamente al pluralismo político». Los «cordones sanitarios» montados por la izquierda y su boicot a la derecha democrática es un asunto mucho más grave y acuciante que el hecho de que queden aún, por falta de fondos o por lo que sea, huesos de entonces en las cunetas y en los campos, que no deja de ser también una vergüenza.
Llama, de todas formas, la atención que el PSOE, por iniciativa del vasco Odón Elorza, el antiguo alcalde de San Sebastián, que no ha perdido aún el ramalazo sectario, presente entre sus enmiendas parciales a los Presupuestos la reclamación de fondos para la apertura de fosas de la Guerra Civil y la propuesta de transformar la basílica del Valle de los Caídos en un Centro de la Memoria, empezando por exhumar los restos de Franco y de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange, asesinado en Alicante durante la guerra civil. Sorprende, sobre todo, que se aproveche el debate de las cuentas públicas para airear la iniciativa, con la legislatura acabada y las elecciones a la vista. Cualquier observador neutral concluiría, ante tan estrambótica propuesta, que se trata de la utilización obscena de los muertos de la guerra para sacar ventajas electorales. O bien, encierra la astuta intención de tender una trampa a los representates de la derecha para que rechacen la enmienda por fuera de lugar y sean acusados ruidosamente de connivencia con el franquismo. En todo caso, una forma no muy limpia de hacer política. Lo que menos interesa en esta hora de España, con retos importantes por delante, es el afán de revolver la manta. Lleva razón Altolaguirre: «Los numerosos muertos que oscurecen / el presente pasado ignominioso, / montañas son de luto para el hombre. / Desde las negras cumbres se divisa / un ayer y un mañana diferentes». Así es. Habrá que aliviar de una vez el luto y ponerse entre todos manos a la obra, sin frívolas recriminaciones. Han pasado cuarenta años. Esta España es diferente de aquella, tan oscura. Los españoles tienen otras preocupaciones. Su prioridad de hoy no consiste en desenterrar muertos ni sacar a pasear los fantasmas del pasado. Como dice Hölderlin, «lloramos a los muertos como si ellos sintieran la muerte, pero los muertos están en paz». España, también, aunque algunos se empeñen en lo contrario.
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