Alfonso Merlos

Hasta las trancas

Enfangados en el lodo de la corrupción. Anegados por la mentira. Desbordados por sus pésimas justificaciones y sus elocuentes silencios. Lo que han perpetrado los sindicalistas de UGT en Andalucía no tiene nombre. O sí: delito. Al por mayor. Con cobertura institucional. Multimillonario. Más que obsceno, directamente pornográfico.

Por eso Alaya debe llegar hasta el final, y puede. Porque está en juego la regeneración de la vida pública en España. Y porque este país está en el camino de quitarle la máscara a estos falsos líderes obreros que nunca han conocido las barricadas pero a los que apasionan las mariscadas. En sitios selectos. Faltaría más. Y costeados por el sufrido y maltratado contribuyente. Eso también va de suyo. Es la regla.

Y, desde luego, no se entiende el cinismo del brazo sindical del PSOE en la reacción a este escándalo generalizado si no se engarza con un pasado de fraude documental masivo y malversación de caudales públicos sin pudor alguno. ¿A ustedes les parece normal que, con la que está cayendo, los capitostes de UGT se desgañiten zurrándole al Partido Popular por arruinar a los pensionistas? ¿Les parece normal que esas mismas élites se entreguen a denunciar de forma cerril y falsaria la privatización de la Sanidad pública como proceso que llega a poner en riesgo la vida de los pacientes? Es bastante más que un aforismo. Es un hecho probado históricamente que el poder corrompe, y que el poder absoluto corrompe absolutamente. Ése ha sido el problema y el drama de Andalucía. La desastrosa pareja que han conformado socialistas y sindicalistas. Algunos han robado. Otros han ayudado. Hay quienes se han puesto de perfil. Ahora se trata de que, uno por uno, paguen por tanta fechoría. Y si no es mucho pedir, que devuelvan el botín del expolio.