Irene Villa

«Héroes de Kabul»

La Razón
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Ojalá los familiares y amigos de los policías asesinados a tantos kilómetros de sus casas y de sus familias, Isidro Gabino San Martín Hernández y Jorge García Tudela, sientan el cariño y el apoyo de toda España, para que puedan restablecerse lo antes posible. Casi una semana después, seguimos sintiendo el estupor y el dolor causado en la capital afgana por un terrorismo al que hemos de hacer frente todos unidos. El pacto antiyihadista (tras el debate político del pasado lunes, por cierto, parece ser lo único en lo que Rajoy y Sánchez están de acuerdo) debe conseguir acabar con ese adoctrinamiento de asesinos en potencia, reforzar la seguridad, combatir la radicalización, optimizar recursos materiales y humanos, buscar consensos y apoyos en todos los partidos y promulgar también la cooperación internacional. Este pacto sirve también, por supuesto, para honrar a las víctimas, esas a las que jamás borraremos de nuestra memoria. Tampoco se borrará jamás de mi retina, aquella imagen, en el funeral del cabo Francisco Javier Soria –asesinado en un ataque del Ejército israelí contra Hizbulá mientras formaba parte del contingente de la ONU en el Líbano–, de su viuda, embarazada, llena de tristeza y dolor. Son imágenes que nos recuerdan una terrible realidad que conocemos desgraciada y condenadamente bien: no hay guerra, pero nos matan. Enviamos por el mundo a nuestros militares, nuestros héroes, en misión de paz, pero son atacados. Como esos lugares en los que España ayuda pacíficamente a crear instrumentos que garanticen la libertad y el respeto a los derechos humanos, pero no todos vuelven. Nos ponemos en la piel de todas esas familias que vieron partir a sus seres queridos, y que los han tenido que recibir en féretros. Eso sí, como héroes. Los homenajes están muy bien, pero lo que realmente necesitan es respaldo y una justa consideración. Ojala sirva de algo la admiración y el respeto que todos sentimos hacia estos héroes. Que llegue también nuestro cariño y solidaridad a sus amigos y familiares, quienes aunque quizá no hayan podido sentirlo, no están solos.