José Luis Alvite
Higiene política
Los políticos reconocen a título personal que hay que hacer cambios drásticos para que la vida pública sea más democrática y dejan de reconocerlo tan pronto someten su criterio a las decisiones colegiadas del partido, sobre todo cuando ocupan el poder y se olvidan colectivamente de cuantas promesas formales hicieron en los mítines previos a ganar las elecciones. Hay en el ejercicio del poder político algo que perjudica seriamente la memoria de los ganadores. Los sondeos de opinión suelen reflejar que la gente de la calle tiene más fe en los partidos minoritarios, seguramente porque los ciudadanos saben que los políticos marginales serán decentes mientras no tengan la desgracia de triunfar en las urnas y auparse al poder. Es en la oposición donde podemos encontrar la integridad y la decencia antes de que por un golpe de suerte toda esa dignidad la pudra el éxito. Aunque parezca un contrasentido, vivimos en un país de promesas incumplidas en el que la democracia irónicamente se malogra en las urnas, justo en el instante en el que el político prometedor alcanza el éxito, saborea el poder y descubre que las promesas de higiene pública con las que venció en las elecciones son incompatibles con el deseo natural de perpetuarse en el ejercicio del poder. Por eso nadie en el Gobierno se toma en serio la reforma de la Ley Electoral, ni se preocupa del funcionamiento democrático de los partidos, ni de su financiación limpia y ejemplar. Eso compete a los partidos minoritarios, que se arrogan la ejemplaridad y se consideran legítimos depositarios de la higiene pública. Y así será hasta que los corrompa el poder y olviden sus promesas. Porque el problema está en nosotros, los ciudadanos, que no acabamos de admitir que hemos incubado con nuestra tolerancia una casta de políticos que no entienden que es al llegar al poder cuando de verdad hay que ejercer la oposición.
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