Alfonso Ussía

Hoy, Reyes

Hoy por la mañana, los niños se han encontrado con sus regalos. Algunos, incomprensible crueldad, también con sus castigos. Existe una sanción superior al carbón. Los juguetes «buenistas». Me ha divertido mucho la lectura de un artículo de Fernando Sánchez-Dragó, que insiste en la reproducción humana. Tiene un hijo de dos años. Pero le está resultando complicado encontrar para él los juguetes que gustaban a los niños de antes –y a los de ahora–, y a los de antes de antes y a los que aún no han nacido. Esos juguetes demonizados por la corrección política. Es mentira que una pistola de juguete sea semilla de futura violencia. O una ametralladora que dispara balas de esponja. Los hijos de los padres políticamente correctos se aburren una barbaridad con sus regalos de Reyes.

«Misión de Paz». El juego contiene muchos soldados. Unos, los buenos, van desarmados. Otros, los malos, llevan fusiles, morteros, lanzamisiles y demás zarandajas. Con toda claridad, los buenos no tienen nada que hacer y los malos ganan siempre, pero como el juego es políticamente correcto y está inspirado en la Alianza de Civilizaciones, los malos no quieren disparar y no hay vencedores ni vencidos.

Hay a disposición de los padres coñazos muñecos bisexuales y muñecas feministas. Se adquieren en los comercios de élite reivindicativos-sociales. No tengan la mala idea, nefasta idea, de entrar en un comercio «progre» y solicitar un «tomahawk» de blanda goma. Será despedido de sus espacios al grito de «¡Fascista!». La muñeca feminista luce estampado el signo vaginal en el pecho. Y cuando se mueve, habla y dice: «Igualdad de oportunidades» o «el machismo será derrotado». Es decir, que se trata de una muñeca bastante violenta. En sus mensajes se refiere a una derrota, y si existe derrota, se reconoce que ha habido contienda y vencedores. Los muñecos afeminados son más humanos y sólo desean «tener hijos como todas las parejas heterosexuales». Y ahí está la grandeza del juguete. Si se abre una cajita-sorpresa, aparece un bebé, muy feliz y sonriente, porque tiene la suerte de que su padre se llame Manolo Ramón, y su otro padre, Ismael José. Los hay en versión femenina. La madre responde al nombre de Úrsula Tania, y la otra madre se llama Mariquilla Libertad.

Los niños no están preparados para asumir el tostón de lo políticamente correcto y lo falsamente pacífico. Me dicen –no lo he comprobado–, que existe en el mercado un barco de guerra cuyos cañones disparan flores. Muy emocionante. Con toda probabilidad, inspirado en los buques de guerra de Corea del Norte y de Cuba, por no decir Venezuela. Nada hay tan bobo como el pacifismo de salón. Están esperando su oportunidad para terminar con todos los que disienten de sus objetivos del pasado siglo, y siguen con la murga del pacifismo heroico. Recuerdo a la buena de Gloria Fuertes: –¿Dónde vas, carpintero/ tan de mañana? ¡Yo me marcho a la guerra/ para pararla!–.

Así que el carpintero, muy de mañana, viaja a Siria y allí le preguntan. –¿Qué quiere?–. Y el carpintero buenísimo responde: –Parar la guerra–.

Y del carpintero, nunca más se supo, como decía Pepe Iglesias, «El Zorro».

Recuerdo un juguete que me trajeron los Reyes cuando era niño. Ingeniosísimo. Un alto soporte coronado por cuatro brazos en los que se adaptaban cuatro perdices. Daba vueltas. Y con una escopeta cargada de un corcho, se disparaba a las perdices, que si eran alcanzadas, caían estrepitosamente al suelo. Ahora está prohibido. Ahora, de existir aquel prodigio, las perdices no caerían y dirían tras el impacto: «No a la caza».

Lo que hay que oponerse es al coñazo del buenismo en los juguetes de los niños. Mejor, mucho mejor, un pedazo de carbón.