Ángela Vallvey
Humor y violencia
Sorprenden quienes confunden «humor» con «violencia» y aseguran que ciertas amenazas furiosas pueden ser la creativa expresión de bromas «negras». Oscuras, pero meras guasas. Como si la chacota y la amenaza de muerte, o la expresión de deseos brutales y la mera juerga intelectual, compitieran en la misma liga epistemológica. Cuando oigo a alguien defender la intimidación verbal como forma de ironía, me acuerdo de aquel viejo chiste que da miedo: «¡Pues no se ha enfadado porque hemos matado a su hijo, pues si no sabe aguantar una broma, que se vaya del pueblo...!».
Creo firmemente en el poder de las palabras: las palabras se pueden disparar como balas, y dejan heridas que nunca cicatrizan, como diría Chamfort. Sospecho que el lenguaje es un arma cuyas andanadas matan, un instrumento peligroso mediante el cual se manifesta la tensión entre la voluntad y la realidad. Hay quien mata usando un martillo, y quien asesta golpes de palabras cada día, hasta que logra abatir a su objetivo. Lo saben los maltratadores verbales, capaces de conducir a su víctima, increpándola, hasta el abismo de la depresión, a la locura, incluso al suicidio.
La violencia es uno de los más pesados lastres a los que se ha enfrentado la evolución. La historia, la biología, la cultura, la economía... Todo lo que el ser humano hace, se ha visto gravado por la onerosa inmundicia de la violencia. Dante distinguía tres tipos de violencia: contra Dios, contra uno mismo y contra el prójimo. Si Dante hubiese vivido en una sociedad 2.0, tendría un catálogo de violencias mucho más amplio, lleno de sutilezas y modalidades increíbles. La violencia hoy está encontrando cauces de expresión inauditos. El ruido y la furia se visibilizan intentado aparentar naturalidad. Pero los únicos que se ríen de la violencia son, como siempre, los violentos.
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