Fútbol
Ilustres ignorantes
De pancarta en pancarta, de provocación en respuesta; de los lemas indignos a los faltones, de la sutileza arrogante y soberbia al insulto grosero y obsceno; de mensaje en mensaje en las redes sociales, refugio de tantos cobardes, de los subliminales a las arengas, de la malicia a la patada en la tibia, del bar al tanatorio. Como si el fútbol no fuera un deporte. Como si al campo rival hubiese que ir con armadura o, sencillamente, no ir por si el sonido del hueso que se troncha procede del exterior del estadio. ¿Y la deportividad? Asediada, constreñida, amenazada. Es preciso que Sergio Ramos declare que no ha nacido en Beverly Hills para resaltar los valores del madridismo, que los jugadores y el entrenador no suelen traicionar, y que Simeone confiese que si tuviera que arengar a sus jugadores para sacar adelante un derbi tan singular como este Atleti-Madrid haría mejor en irse del club. La exageración por la exageración hasta el disloque. Trascenderá el ambientazo del Calderón hasta la Peineta porque duele la provocación más que una derrota y al final cruzará el mejor la fontera de esta semifinal fratricida, y todo apunta a que la bola que va a salir hacia Cardiff es la del Madrid, que posee una plantilla suprema, que juega hoy mejor que ayer, que en Zidane ha encontrado la paz y el equilibrio, que extraña mucho menos a Bale que el Atlético a Juanfran o a Vrsaljko y que ficha con la facilidad de una «madre superiora».
Pero el Atleti no se rinde, no va a salir de paseo ni jugará tan mal como en el Bernabéu; no competirá más allá de lo que admite el reglamento, utilizará idénticas argucias que sus adversarios e intentará cumplir el sueño de Gabi: «Sólo nos falta una gran remontada». Cierto. Y la «Orejona».
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