Ángela Vallvey

Informar

La Razón
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Muchos periodistas de raza, de esos que imaginaban que el futuro estaría lleno para siempre de prestigiosos periódicos de papel, se encuentran en estado perenne de estupor ante la manera en que evolucionan las cosas en el mundo de la información y/o la opinión. Les resulta chocante cómo algunas personas que, hasta hace poco, eran lectoras clásicas de periódicos, buscan noticias, razonamientos de juicio, o citas «de autoridad», a través de las redes sociales. El fenómeno es digno de analizar. Algunos leyentes ya ni siquiera entran en las páginas web de los periódicos para repasar sus ediciones digitales –en la versión gratis, en «abierto»–, sino que examinan «sólo» las noticias que sus amistades de las redes sociales resaltan, comentan y recomiendan. Se dan por satisfechos con obtener una visión rápida de lo que ocurre en el mundo a través de la selección que hacen sus «amigos». La palabra «amistad», en redes sociales, posee un significado distinto al de su primer sentido, lo que se entiende habitualmente por amistad («afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato»). La amistad internauta tiene más que ver con la cuarta y sexta acepciones: «4: Afinidad, conexión entre cosas. 6: Deseo o gana de algo». En redes sociales, la amistad es, fundamentalmente, una conexión establecida sobre la base del deseo. Esa relación, esa coincidencia en gustos o intereses, determina las noticias que algunos lectores eligen para informarse, pues se contentan con ojear los enlaces que sus «amigos» virtuales enaltecen. Antes, el periódico ofertaba una serie de noticias e información, y el lector elegía lo que le parecía más conveniente, si no era capaz de leer entero el ejemplar. Ahora, se desliza a través de una pantalla táctil –generalmente de su teléfono– picoteando de un enlace a otro sobre las opciones que previamente han llamado la atención de las personas que pertenecen a su ambiente virtual. Que «pinche» en las noticias tampoco significa que las lea. No, por lo menos, de principio a fin (como hacía antes, en papel). Su vista surfea los párrafos, deteniéndose en las palabras en negrita. Cuando termina los minutos que ha dedicado a «informarse», tiene una idea en titulares de lo que más ha llamado la atención de las personas con quienes comparte correspondencias, algún tipo de identidad social o familiar, uniones casuales e incluso encadenamientos por error.

Los tiempos cambian. Las personas, «tampoco».