Manuel Coma

Israel-Palestina: estado de guerra

No hay mal que cien años dure... para los individuos. Para los pueblos, estados y culturas, los cientos pueden ser muchos. Sin ir más lejos, los judíos pueden hablar de un antisemitismo dos veces y pico milenario y las «fronteras sangrientas del islam», como decía Huntington, el del «choque de civilizaciones», se remontan a la vida del profeta, allá por comienzos del VII. Judíos y arabo-islámicos juntos han dado lugar a dos generaciones de conflicto ininterrumpido, con un buen número de llamaradas bélicas. Hay que tener esa veta de ingenuidad atribuible a la cultura de los Estados Unidos, como en «El americano impasible», de Graham Green, para que un presidente o un secretario de estado se crea que puede arreglarlo. Otra cosa es que deban intentarlo. Pero creérselo demasiado puede ser peligroso, por el elemento de irrealismo que introduce.

En el fondo el problema es muy sencillo, enconado por una retorcida historia de mil agravios mutuos. Dos pueblos quieren una misma tierra, se consideran plenamente legitimados en sus aspiraciones y no están dispuestos a renuncias. El reparto lo hizo Naciones Unidas, con todos los permanentes del Consejo de Seguridad plenamente de acuerdo. No sólo América. También la Unión Soviética de Stalin. El exiguo territorio del mandato británico sobre Palestina quedaba dividido en seis pedazos, tres para cada uno. Los árabes, no sólo los palestinos, quisieron echar al mar a los más de 600.000 judíos que ya por entonces poblaban el país, y se quedaron con sólo dos de los fragmentos, que han persistido hasta hoy. Esas fronteras del 48, con retoques por razones de seguridad, Israel las ha aceptado siempre, los palestinos nunca del todo.

La OLP (Organización para la Liberación de Palestina), que manda en Cisjordania, estaría hoy dispuesta a un compromiso que no renuncia a una futura «unificación» y pide más de lo que los israelíes consideran indispensable para su supervivencia. Hamas, dominante en Gaza, tan fanáticamente islamista como nacionalista, lo más que ofrece son treguas efímeras, en espera del momento más propicio para arrojar la población judía al Mediterráneo. No ocultan su propósito, proclamado sin ambages en todos sus documentos, y sus métodos incurren de lleno en cualquier definición de terrorismo.

El denostado Bush pareció imponer la solución de los dos estados, por más que la unidad de los palestinos sea bien problemática. Ahora Netanyahu ha dado un paso atrás en el tema. A la vista de la experiencia, una Cisjordania independiente podría convertirse en una reedición de Gaza, desde su evacuación en el 2005, con más habitantes y profundidad geográfica. Inaceptable para Israel. Autonomía sí, pero la seguridad controlada por el estado judío.

En cuanto al conflicto con la irreductible Hamas, no está del todo claro qué es lo que ha pasado. La organización islamista necesitaba desesperadamente la guerra y a la vista está que considera que puede ganar más continuando el combate con sus muertos y destrucciones civiles, mientras no obtenga las condiciones que le aseguran la supervivencia en las condiciones de supremacía sobre los gazatíes, a las que está habituada.

Por parte israelí, no sabemos si el rapto y asesinato de los tres adolescentes fue la gota que colmó el vaso o una oportunidad deseada. Hamas se venía «portando bien» desde la última ronda bélica, la operación Pilar de la Defensa, en noviembre del 2012. Había lanzado pocos cohetes y obuses contra Israel. Aunque el rapto no es ajeno a los hombres de Hamas, no está demostrado que fuera ordenado desde la cúpula. Ésta, por otro lado, a pesar de los impedimentos creados por el régimen militar egipcio, que la estaba y está acogotando, había conseguido rellenar sus arsenales, con lo que el peligro volvía a aumentar. Siempre hay que tener presente el norte, la frontera libanesa, donde los chiitas proiraníes y prosirios de Hezbolá, tienen muchos más y mucho mejores misiles. Israel tiene que prevenir ser atrapada entre dos fuegos.

La desesperación de Hamas la había echado en brazos de sus hermanos-enemigos de la OLP, la cual les tendió una mano directamente al cuello. No tendría ello por qué ser malo, sino todo lo contrario, para Jerusalén, pero parece que incluso ese hirsuto acercamiento inquietó a Netanyahu y puede haber sido un elemento importante en su dura respuesta al crimen de los raptores.

Que a la tercera vaya la vencida no parece aplicable a este conflicto, pero sí al menos la operación Margen Defensivo se lanzó con el propósito y la esperanza de que esta vez se iba a llegar más lejos en el castigo a la organización islamista y por tanto iba a procurar a Israel un respiro más hondo y largo. Que ese haya sido el objetivo adecuado, que el método haya sido el pertinente y en qué medida se haya conseguido constituye el meollo del debate estratégico. Cómo las hostilidades no han cesado, la respuesta está todavía en el aire, pero con un poco más o menos de aguante, alguna mayor o menos dureza, no hay país en el mundo sometido a las amenazas que acechan a Israel que, de poder, no hiciera algo muy parecido.