Familia
Justicia y Venganza
Este país se ha agilipollado. No es el único y ni siquiera el que más en este Occidente tan rico y blandito, pero a mi Noruega o Bélgica me traen sin cuidado.
Me preocupa España y que se confirma eso de que el sentido común es el menos común de los sentidos.¿En qué cabeza humana cabe que un facineroso que asesina a una docena de inocentes y que se vanagloria de ello tenga derecho a salir a la calle y volver a a disfrutar del chateo y el fútbol?
Pues aquí, porque no hubo pelotas hace seis años para decirle al Tribunal de Estrasburgo que se metiera su opinión por donde la cupiera, tenemos más de un centenar de terroristas recibiendo en los bares palmadas en la espalda de sus psicópatas vecinos.
Por muchos master que haga en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, aunque lloré cada vez que pisa un grillo u oficie de monaguillo en prisión, un tipo que corta en pedazos a sus hijas para hacer daño a su exmujer, que secuestra un niño y lo estrangula después de violarlo o tortura hasta la muerte a una adolescente, no puede ser admitido en el seno de una sociedad que no esté moralmente enferma.
Es de cajón y lo que reclaman los padres de las víctimas y propone con timidez el Gobierno de Mariano Rajoy es tan justo y lógico, que choca escuchar que PSOE y Podemos se oponen.
Lo del PNV tiene otra lectura, porque está vinculado a esa basura moral que es su larga sintonía con los matarifes etarras.
La trampa para pazguatos es repetir que no se debe legislar en caliente y que la esencia de la pena es la reinserción del delincuente. Aderezan la argumentación apelando a la Constitución y repitiendo que la cadena perpetua o la pena de muerte no disuaden al malandrín, como ve hasta en los Estados Unidos.
Tengo muy claro que ponerle a «El Chicle» –el supuesto asesino de la joven Diana Quer– 1.000 años de condena o asarlo en la silla eléctrica, que es lo que se merece, no evitaría que otros malvados secuestrasen, violasen y asesinasen, pero yo, como padre y pensando en Diana Quer, Marta del Castillo, Alberto Jiménez-Becerril, Fernando Múgica y tantos otros, me quedaría un poco más tranquilo.
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