Alfonso Merlos
La agonía
Pongámonos exquisitos. Allá nosotros. Subrayemos que Cataluña encara una semana decisiva. Y será verdad. Pero, ¿por qué no ir por corto y por derecho al meollo del asunto? La cacofonía, el ruido generalizado y el desconcierto colosal que han hecho crecer durante las últimas horas los batallones separatistas es de nivel Guiness. ¡Y lo que te rondaré morena! Todo por la falta de arrestos para decirle a los ciudadanos catalanes lo que hasta los recién destetados ya saben: el referéndum ilegal, ni está ni se le espera.
¿Dónde está el registro de los que han de votar? ¿Y el protocolo de actuación durante la gloriosa jornada? ¿Qué se sabe de los funcionarios que engrasarán gustosamente (o no) toda la logística de este carnaval? ¿Y de la implicación de los alcaldes: serán corresponsables de la convocatoria o apenas figuras de cartón piedra con la misma voluntad de hacer o deshacer que una señal de ceda el paso?
¡Vaya jaula de grillos! Unos promotores de la cosa proclamando su carácter legal y democrático (¡con un par!). Otros, dejando caer que habría que diseñar algún tipo de alternativa. Y, entretanto, algunas impetuosos arietes del proceso que ahora se quiebran o enmudecen. Desde luego, si esta coreografía la hubieran planeado para hacer el ridículo, no les habría salido tan bien... ¡qué esperpento!
Y aún así, no nos equivoquemos. Esta aventura atolondrada sin pies ni cabeza está echando sus últimas bocanadas, va a agonizar solita, va buscando las tablas como el toro vencido antes de encular y doblar. Pero hay que dar la cara hasta el final. Y confiar en que el Estado de derecho descansará cuando este miura venido a menos cruce la puerta del desolladero.
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