Ángela Vallvey
La avaricia
Nuestra época pinta el mejor retrato que quepa imaginar de la avaricia. El avaro Harpagón, de Moliere, era un pobre aficionado que se nos antoja un mecenas humanitario al lado de los estípticos insaciables que está generando el siglo XXI. La sed de oro hoy día ha llegado a su cénit hasta el punto que algunos tienen, en vez de gaznate, la boca de una mina. La tarjeta en «B» –«mágica» o «fantasma»– de los ex consejeros de Bankia es el mejor símbolo de un siglo devenido en laberinto de fortunas. El imperio de los jetas con autoridad, que además parecen dueños de la Ley y la Justicia que deberían vigilarlos y condenarlos. Ahora los valores punteros son aquellos que ofrecen alta rentabilidad. El siglo del dinero «B», de la moral «B». Las tarjetas de crédito «B» de Bankia han convertido en ingenuo ese adagio económico-filosófico de «el dinero público no es de nadie». Esas tarjetas vienen a decirnos que el dinero no es nada, que no significa nada para quienes manejan un banco, como si el banco lo imprimiera de la nada y no del trabajo de sus clientes, endeudados de por vida con la entidad bancaria. Las tarjetas «B» eran una gracia «legal», un detallito, una cortesía hacia el duro cometido de «consejero», pues todo el mundo sabe que cobrar millones de euros por tomar tres cafés al año, como se ve obligado a hacer cualquier «políticonsejero» que se precie, es un curro sufrido que precisa incentivos.
Nota: cuando escribo «banco/entidad bancaria» quiero decir «Caja de Ahorros», porque el problema del sistema bancario español, hasta donde yo sé, no se encuentra en los bancos, sino en las Cajas de Ahorros mangoneadas por políticos inmundos y sus amiguetes, que han dispuesto a su antojo durante décadas de una «máquina de hacer billetes».
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