Estrecho de Gibraltar
La balsa y la espina
Siendo cínicos, a España le interesaría que, en fecha en que TODOS los gibraltareños se encontraran haciendo negocios o de farra en España o el Reino Unido, el Peñón, a semejanza de la balsa de Saramago, se desgajara de la península y se fuera a la deriva hasta unas dos mil millas de la costa. Luego a aquellos llanitos que no quisieran vivir en un islote rocoso en medio del océano sin las placenteras proximidades de la Costa del Sol el gobierno español y el británico les indemnizarían justamente y con largueza. De este modo, España perdería un minúsculo territorio que reivindica razonablemente, una situación surgida de una guerra de sucesión que no de secesión como pretenden algunos, pero la espina de albergar en nuestro suelo la única colonia existente en Europa, ¡en el siglo XXI!, se diluiría. Desaparecida la espina desaparecida la molestia engorrosa. La solución del problema no es para mañana. La postura de cierre de la verja de Franco no resultó, la de cortés apertura del gobierno de González tampoco; la adanista de Zapatero, de sentar a los gibraltareños a la mesa con un status semejante al de la potencia colonial y la que sufre la colonización, ha sido un fiasco semejante. Los llanitos no se sienten más cerca de España ni con la política del palo, ni con los buenos modos ni con las guiños y zalemas. La justa opción de manifestar a los llanitos que en unas décadas ellos mantendrán sus derechos pero el territorio debe volver a España no va a se adoptada por el gobierno de Cameron. Tachado de entreguista por su base en la vital cuestión de la permanencia en Europa, abordar seriamente lo de Gibraltar abriría más brechas en su partido. Sin el imprescindible empeño del gobierno de Londres los gibraltareños seguirán en el mejor de los mundos.
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