Pedro Narváez
La botinfobia
Llegan los salvadores de la ley de la selva a rebatir la teoría de la llamada «doctrina Botín» con tanto énfasis que pareciera que más que justicia unos quisieran venganza y otros un drama palaciego para que así, según ellos, la Corona quede limpia como una patena después de ensuciar debidamente a la Infanta Cristina con palabros del siglo pasado. Como sólo alcancé a hacer un curso de Derecho –hay quien con menos ya lo incluiría en su currículum–, no entraré en las honduras de estos comentaristas que parecen que desayunan jurisprudencia. Pero hay un tribunal, esperemos que ciego y sordo a la metralla mediática, que es el que decidirá si es pertinente aplicarla o no.
Desayunamos tanta guillotina cada día que una mañana de estas caerá la cuchilla sobre nuestras lenguas mientras paladeamos la taza de cereales. Todo el mundo repite que acata y respeta la decisión de los tribunales, pero cuando el personaje resulta antipático, mejor dar un empujoncito a las magistradas para que la Alteza tuerza de una vez el gesto, que también molesta que la mujer no se altere como si fuera la Pantoja. Y eso tiene una fácil explicación: es que la Infanta no es la Pantoja. De los revanchistas a los cortesanos, en esto los llamados cortafuegos monárquicos, como si la Monarquía necesitara de salvapatrias, pueden ser aún más voraces; hay una lista de listos que se colocan la toga en casa en un ejercicio de travestismo extravagante a lo Lady Gaga y que ya han redactado su propio auto loco, a cada cual más delirante, en ese ansia de dictar sentencia en su contra. Nunca imaginé que hubiese tanto jurista escondido detrás del ficus de las oficinas, que esto parece ya una jungla en la que con una liana saltan de medio en medio sin taparrabos, a lo heterodoxo sexual, que se diría en el juicio.
Defender a una ciudadana sentada en la última fila de los imputados comienza a ser un deporte de riesgo en el que la jauría está presta al linchamiento y a la desmesura dialéctica, con la soga preparada en busca del árbol del ahorcado. La duda, la esencia misma de la Justicia, se ha convertido en sospechosa, como si fuese la aliada de una presunta teoría de la conspiración para salvarla, lo que a estas alturas de la jugada resulta poco menos que ridículo plantear con todos los focos iluminando las testas reales, que más que un juicio parece un «Gran Hermano Vip» en el que hay que destacar para llevarse el favor del público, tipo el «pequeño Nicolás». Ramoncín ha estrenado el año absolutorio con el pollo requemado. Ya no está nominado cuando lo más suave que le hemos llamado es mamarracho, que lo sigue siendo, pero un mamarracho inocente.
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