Enrique López

La Cataluña de Richelieu

La Razón
La RazónLa Razón

La situación en Cataluña, y en especial con su clase influyente, siempre ha sido especial, aunque se puede añadir que históricamente la relación entre Castilla y Cataluña fue de cooperación mutua desde la unión de las coronas de Castilla y León con Aragón. «Ahora somos hermanos», anunció la ciudad de Barcelona a la de Sevilla en 1479 tras la unificación. Pero como buenos hermanos, surge una historia en común no exenta de celos y enfrentamientos. Una de las primeras sublevaciones se da en 1640, cuyo colofón fue el día del «Corpus de Sangre» con el desgraciado incidente de los segadores. Fue el preludio de varias revueltas en tal sentido, que nos traen hasta la de 1934, y que algunos quieren reinterpretar en pleno siglo XXI. Desde aquella época se repite que la castellanización de Cataluña destrozó la economía y atacó su cultura, frase que sigue sonando igual en pleno siglo XXI a través de la expresión «España nos roba». Para alimentar este presunto enfrentamiento, se rescatan frases sueltas de autores de la época como Quevedo, en las cuales se califica de forma desafortunada a los catalanes, tratando de justificar una falsa inquina que tenían los castellanos, lo cual pone de manifiesto los profundos errores que en esta relación han tenido las clases dirigentes e influyentes de uno y otro lado. El primer error, en el que todos caemos, es definir espacios de enfrentamiento, físicos y políticos, que alimentan intereses muy individuales que nada tienen que ver con las reales necesidades de los pueblos de España, cuyas gentes viven al margen de las reivindicaciones políticas. De lo que no cabe duda es de que el mar y los Pirineos nos han forzado a ser hermanos. Esa relación está marcada por muchos problemas, pero al fin y al cabo hermanos, mientras que, tras la dominación de la Francia de Richelieu, los catalanes, bajo la protección de la Corona francesa, se dieron cuenta de que con los franceses los vínculos no superaban el de primos lejanos. Superados todos estos avatares nos encontramos en la actualidad con un fenómeno independentista real y declarado, al cual se le está ofreciendo repuesta legal, acomodada a los instrumentos previstos en nuestra Constitución y en nuestras leyes comunes a todos los españoles, y cada superación del marco legal obtendrá el resultado que se merece. Ahora bien, no caigamos en errores del pasado y alimentemos el enfrentamiento entre hermanos, que tanto andan buscando los responsables de la situación actual. En este sentido, es necesario que desde el lado de la legalidad no se confundan la paciencia y el diálogo con la apatía y la cobardía, porque el intento de diálogo es compatible con la aplicación de la Ley, incluso del importante art. 155 de la CE. Acciones desmesuradas y sobreactuadas tan solo alimentan y dan munición a los independentistas, y fomenta que en sus filas engrosen buena gente, que sin aquellas bravuconadas de rancio españolismo nunca hubieran abrazado la locura de la clase dirigente que anima esta situación. España se defiende con valor constitucional.