Julián Redondo
La copa de la marmota
Luis marcó en el 114 y Schwarzenbeck, en el 120. Durante seis minutos el Atlético fue campeón de Europa en Bruselas. Cuarenta años después la ilusión le duró 57, desde el gol del central Godín en el 36 al empate del central Ramos en el 93, dígitos de la quimera desvanecida. Cuestión de centrales, por lo visto. Había que solucionarlo en la prórroga, con todos los cambios hechos y Juanfran cojo, en la banda derecha, por donde volaba Di María, por donde entró para que Bale justificara, en otro partido más, desembolso y fichaje. Para el Madrid ese 2-1 era la Décima, tan ansiada como perseguida; para el Atlético, la Copa de la Marmota, casi un calco de aquella que en Heysel (4-0) le resbaló entre los dedos, porque terminó perdiendo 4-1. Demasiado castigo para tanta entrega con los mimbres justos, y tan escasos que el entrenador rojiblanco hizo el equipo intentando demostrar al Madrid que en sus filas jugaba el Cid Campeador. ¿Cómo? Así: diez minutos, Diego Costa pide el cambio después de participar en sólo una jugada. Inconcebible concesión en una final de «Champions». Ni placenta de yegua, ni milagro de la farmacéutica de Belgrado –a 500 euros la hora–, ni gaitas. La naturaleza es sabia y doblegó las ganas de jugar del hispanobrasileño, que ha puesto a Del Bosque en un brete, y la arriesgada decisión del Cholo, que, posiblemente, no debió alinearle para debatir la Primera atlética o la Décima madridista, cuestión pendiente desde hace cuarenta años y doce, respectivamente.
Tras el suspense de una semana de alineaciones deseadas, inventadas, artificiales o sencillamente falsas, comenzó el partido con lo que había. Un equipo, el animoso y juvenil –en estas lides supraeuropeas– rojiblanco, contra la tempestad, la estampida y el vértigo. El orden defensivo, el rigor táctico, la disciplina innegociable, el uno para todos y todos para uno de «Alexandre Simeone Dumas», frente al talento diverso, la experiencia del «Pacificador Ancelotti», la inspiración de Ronaldo, Bale o Bezema y las demoliciones de Di María, pura dinamita. Todo tan distinto, conceptos tan dispares, parámetros casi antagónicos, y, sin embargo, fútbol. Con el talismán Casillas en la portería, que lo sigue siendo, pese a que regaló el primer gol, ése que le hubiese perseguido de por vida de no pesar tanto las piernas a los jugadores del Atlético, fundidos cuando ya Khedira, la incomprensible concesión de Ancelotti, porque se fía más de él que de Isco, y con Marcelo por Coentrao, el Madrid dio un paso al frente; el Atleti, dos atrás. A Simeone la táctica de enrocarse le ha dado buenos resultados, excelentes, pero cuando ha de recurrir a Sosa porque no ve a Diego Ribas, y cuando se lesiona Filipe Luis, ¡qué fatalidad!, las soluciones tuyas se convierten en el salvavidas del adversario, y el rival era el Madrid. Y el Madrid está más fuerte y su fondo de armario es más amplio y, como aquel Bayern, no se rinde y tiene arrestos para empatar en el 93. La Décima era su destino.
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