Gonzalo Alonso

La discreción del artista

El lunes falleció a los 84 años uno de esos grandes artistas que pasan por la vida discretamente, sin una palabra fuera de tono, sin un aspaviento, sólo centrados en el arte. Félix Lavilla fue un ser excepcional, como artista y como persona. Había nacido en Pamplona en 1928, para trasladarse a San Sebastián a fin de empezar sus estudios musicales. Se mudó después a Madrid, en cuyo Conservatorio los completó hasta obtener el Premio Extraordinario, trabajando con Joaquín Turina y José Cubiles. Su carrera como pianista acompañante comenzó en 1951, participando en giras y festivales en Salzburgo, Australia, Osaka, Bergen y Leeds. Durante décadas acompañó a los más grandes cantantes: Carlo Bergonzi, Jessye Normann, Victoria de los Ángeles y Teresa Berganza. La soprano madrileña y el pianista se conocieron de jóvenes, ambos prácticamente en los principios de sus respectivas carreras, y se casaron en 1957. El matrimonio duró veinte años, felices, juntos en los escenarios de todo el mundo y en los descansos veraniegos de Panticosa.

Transmisor de saber

A pesar del tiempo que dedicó a la faceta de acompañante y de concertista, lo tuvo también para la dirección de orquesta, campo en el cual llegó a trabajar con Carlo Maria Giulini, y la composición. Aparte de algunas obras escritas junto a su padre, deja varios cuadernos para voz y piano con piezas que alternan entre las adaptaciones de músicas históricas, las de carácter folclórico y los arreglos para obras de otros compositores. Lavilla, catedrático de Repertorio Vocal y Estilístico en la Escuela Superior de Canto de Madrid hasta su jubilación, transmitió su saber en los Cursos Internacionales Manuel de Falla y en clases magistrales por Europa y América. David Menéndez y Rubén Fernández-Aguirre le brindaron ya homenaje en su recital ovetense; muchos los haremos desde la soledad de nuestros corazones porque se fue un gran artista y una mejor persona.