Andalucía

La epidemia de la EPA

La Razón
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Hay expertos, o tertulianos, que suelen atribuir al paro la categoría de plaga. Las causas de la epidemia son múltiples. Se mencionan los magros salarios si se comparan con otras zonas del mundo y con las expectativas de plusvalía de los propietarios, que llevan sus empresas a regiones con menos masa salarial. Podrían citarse también los adelantos tecnológicos, esa pesadilla que persigue a una humanidad temerosa de que hasta un robot le quite el trabajo al hijo del vecino. Está la globalización, también la tos y el estornudo, por referir tres síntomas relacionados con el aleteo de una mariposa en Laos que a la costa de Almería aterriza en forma de ventisca invernal. La epidemia de la gripe o de la peste ha dado paso hogaño a la del desempleo y a los datos de la EPA, publicados ayer, son analizados como los datos epidemiológicos de una sangría que tarda en remitir. Los números no son malos, pero en ciertas regiones los ocupados no crecen con la salud debida. Y no hay que ser honoris causa para adivinar, en efecto, que Andalucía es una de ellas. Los andaluces activos, es decir, en edad de trabajar y pretendientes de empleo, volvieron a ser menos en 2016 que en el año anterior. Eso, teniendo en cuenta el aumento de la población, indica que hubo menos andaluces en edad de trabajar (emigrados) y menos inscritos en la cola del paro (hartos). La plaga no remite. En el siglo XIX, el médico inglés John Snow descubrió que debía ser el «veneno» de una fuente de agua el que estaba matando a los londinenses: el doctor informó a las autoridades y la epidemia de cólera cesó al sellarse la fuente de Broad Street, contaminada por un pozo ciego. Los parados en Andalucía, tres de cada diez, se preguntan a diario dónde puñetas está la fuente. Podrida o no, quita la sed un rato.